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  • 2011

El papel de los antioxidantes en la prevención de enfermedades cardiovasculares. Parte 3: Necesidades individuales y conclusiones

Publicado

1 julio 2011

Numerosos estudios observacionales han demostrado que la deficiencia de antioxidantes supone un factor de riesgo adicional para lasenfermedades cardiovasculares. No obstante, los estudios de intervención destinados a proporcionar evidencia de la eficacia de los micronutrientes antioxidantes en la prevención de este tipo de enfermedades han partido de la base de que los antioxidantes pueden aportar beneficios complementarios a la salud, independientemente de la situación individual de consumo.

Muchos estudios fallidos han indicado que tal efecto preventivo generalmente sólo pudo medirse en participantes cuyo aporte era insuficiente. Los resultados positivos que se han observado en ocasiones parecen atribuirse al hecho de que las personas participantes en los estudios casualmente tuvieran una deficiencia o una mayor necesidad de antioxidantes. Estudios recientes específicos de personas con una deficiencia de micronutrientes antioxidantes que pueda comportar riesgos para la salud han demostrado que, a largo plazo, su salud se vio beneficiada por la suplementación de vitamina Cvitamina E y/o betacaroteno.

Las necesidades individuales de antioxidantes

Que la ingesta de micronutrientes antioxidantes es necesaria para protegerse de manera eficaz contra el estrés oxidativo, es un hecho indiscutible. La cuestión es saber cuáles son las necesidades individuales y cómo se consigue una ingesta adecuada. El aporte requerido depende de cada persona y de factores como la edad, el sexo, el estado de salud, la disposición genética y el estilo de vida. Esto significa que hay sectores de la población que, por determinadas razones, están sujetos a un mayor estrés oxidativo. Una muestra son las personas mayores que padecen un deterioro del sistema inmunitario; los pacientes con diabetes, que presentan una enorme producción de radicales libres tras las comidas; los alérgicos, los atletas y personas con ciertas variantes genéticas. Estos y otros grupos de la población tienen una necesidad mayor de antioxidantes y, por lo tanto, podrían beneficiarse de un aporte más elevado.

Las recomendaciones sobre la ingesta de micronutrientes se basan en una dosis diaria que satisfaga las necesidades medias de la mayoría de la población sana, de la misma edad y sexo y en circunstancias vitales similares. En el caso de la vitamina C se ha demostrado, por ejemplo, que estas estimaciones no se pueden aplicar de forma general. Se ha llevado a cabo un metaanálisis de varios estudios en los que se documentaron la ingesta y los niveles plasmáticos de vitamina C (1). Basándose en estos datos, se calculó la cantidad media diaria y las variaciones (diferencias) que son necesarias para lograr un nivel óptimo de vitamina C de 50 μmol/l (2). Según estos cálculos, un adulto necesita una dosis media de 100 mg al día, lo cual se corresponde aproximadamente con las recomendaciones de la mayoría de las sociedades de nutrición europeas (p. ej., 3) y del Comité de Nutrición de EE. UU. (“US Food and Nutrition Board”) (4). La variación no se distribuyó de forma regular, sino que más bien se manifestón en las cantidades más elevadas, lo que sugiere que existen grupos de población que requieren dosis más altas de vitamina C para conseguir los niveles plasmáticos recomendados de 50 μmol/l. Esto coincide con estudios que recomiendan una ingesta de hasta 150 mg al día para adultos sanos (2).

Por otra parte, existen cada vez más indicios de que ciertos grupos de población portan determinadas variantes genéticas (poliformismos) que influyen en el suministro y las necesidades de micronutrientes. Investigaciones recientes llevadas a cabo con mujeres han revelado que el 50 por ciento de la población presenta una variación genética que reduce su capacidad de producir cantidades suficientes de vitamina A y de betacaroteno. Según estos estudios, las mujeres más jóvenes con esta variación genética son las que corren mayor riesgo, ya que tienden a consumir escasos alimentos ricos en vitamina A y dependen en gran medida de la forma de betacaroteno del nutriente (5). En un estudio realizado recientemente se analizaron muestras de sangre de más de 15.000 mujeres, identificándose un poliformismo en un gen que codifica una proteína de transporte responsable de la absorción de la vitamina C en el intestino (6). La variante del gen se asoció con una reducción de las concentraciones de ácido ascórbico en sangre, lo cual podría estar a su vez relacionado con una actividad de transporte restringida. Aún se desconoce si este poliformismo aumenta el riesgo de insuficiencia de vitamina C y de otras enfermedades crónicas asociadas (7).

El siguiente ejemplo muestra de qué manera pueden influir estas variantes genéticas en los resultados del estudio y su interpretación. Tanto en el estudio HOPE como en su extensión HOPE-TOO, los resultados no mostraron relación entre la ingesta diaria de 400 UI de vitamina E y un menor riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares (infarto, accidente cardiovascular, fallo cardiaco, etc.) (8). Sin embargo, un análisis más detallado de los datos obtenidos en estos estudios sugiere que la suplementación con vitamina E ha resultado muy beneficiosa para personas con diabetes tipo 2 portadoras de una variante genética de la “haptoglobina (Hp)”, una proteína transportadora de la hemoglobina. Este genotipo (Hp-2-2) se caracteriza por un menor efecto antioxidante de la haptoglobina. Entre los pacientes con diabetes tipo 2 que portaban el Hp-2-2 y tomaban vitamina E se dieron muchos menos casos de muerte cardiovascular e infarto de miocardio no mortal (9). Los diabéticos con este genotipo tienen una mayor necesidad de micronutrientes antioxidantes, por lo que su salud se vio beneficiada por la ingesta de vitamina E. Un estudio reciente llevado a cabo con diabéticos tipo 2 portadores de Hp 2-2 confirma esta observación: las personas que tomaron suplementos de vitamina E presentaron un riesgo mucho menor de enfermedad cardiovascular (10). Los resultados fueron tan notables que el estudio se terminó antes de tiempo; ya que habría sido éticamente inaceptable privar al grupo de placebo de los suplementos de vitamina E. Se estima que un 36% de la población occidental posee el genotipo Hp 2-2.

Es necesario tener en cuenta este y otros factores a la hora de elaborar futuros estudios de intervención y, asimismo, considerar la evolución de la ingesta recomendada en relación con la prevención de enfermedades cardiovasculares o de otro tipo.

Conclusiones

A mediados de la década de 1990 numerosos estudios epidemiológicos demostraron el potencial preventivo de micronutrientes antioxidantes como la vitamina C, la vitamina E y el betacaroteno en las enfermedades cardiovasculares. Incluso se llegaron a sugerir los valores séricos óptimos para favorecer la prevención (11): un mínimo de 0,4 μmol/l para el betacaroteno, 50 μmol/l para la vitamina C y 30 μmol/l para la vitamina E (alfa-tocoferol). Estos valores fueron confirmados en 1997 en una conferencia de consenso (2). También aquí se estimaron las cantidades de micronutrientes que es necesario tomar diariamente de los alimentos para alcanzar estos valores. En el caso de la vitamina C entre 75 y 150 mg, en el de la vitamina E entre 15 y 30 mg y en el del betacaroteno entre 2 y 4 mg (12). Los resultados de los numerosos estudios epidemiológicos realizados en el campo de las enfermedades cardiovasculares se oponen a los de los estudios de intervención llevados a cabo en los últimos años. Por un lado, existen relaciones entre un aumento de la ingesta de antioxidantes y una reducción del riesgo de enfermedad y, por otro, no se comprobaron diferencias significativas. Un análisis de los estudios observacionales y de intervención ofreció pruebas de que los resultados dependieron mucho del estado de micronutrientes de los participantes al comienzo y al término del estudio. Al inicio del estudio, el aporte de antioxidantes de los participantes fue decisivo para indicar en qué medida la ingesta de antioxidantes tiene un efecto beneficioso sobre la salud. Así, por ejemplo, en los pacientes de los estudios de intervención que presentaban un nivel óptimo de antioxidantes en sangre no se apreció ningún beneficio con la ingesta de suplementos dietéticos de vitaminas C y E y betacaroteno. La situación de consumo de los sujetos al comienzo del estudio y la consideración del nivel de antioxidantes para distribuir a los participantes en los grupos de estudio (suplementos o placebo) son, no obstante, factores indispensables para medir los efectos preventivos en función del micronutriente. En los casos en los que los estudios se centraron en participantes con una insuficiencia de antioxidantes (al inicio del estudio), la ingesta de suplementos (en el marco del estudio) –y la corrección de la deficiencia causante de enfermedades– demostró tener efectos preventivos.

Estos resultados indican que el análisis de los niveles en sangre y la determinación y mantenimiento de unos valores séricos óptimos de cada uno de los micronutrientes antioxidantes tiene una importancia crucial. Cuando el aporte a través de la alimentación es suficiente, la ingesta de determinados antioxidantes en forma de complementos alimenticios o alimentos enriquecidos no influye en la prevención de enfermedades cardiovasculares. En el caso de que exista una insuficiencia, es preciso esclarecer si hay algún problema de salud que requiera una mayor demanda de antioxidantes o si existe una deficiencia de micronutrientes como factor desencadenante. Si se trata de una insuficiencia temporal, la ingesta a corto plazo de suplementos de antioxidantes puede resultar de gran ayuda. En cambio, una ingesta a largo plazo podría ser beneficiosa para personas mayores que tienen dificultades para cubrir sus necesidades de antioxidantes a través de los alimentos debido a una menor ingesta energética. En cualquier caso, las cantidades administradas deben cumplir las recomendaciones oficiales, puesto que la sobredosificación no ha influido en los resultados de los estudios. Sobre todo se recomienda examinar la propia dieta y modificarla en caso necesario. Mientras que la vitamina E se encuentra principalmente en los aceites vegetales y los frutos secos, la vitamina C y el betacaroteno están presentes en las frutas y las verduras. Además de vitaminas, carotenoides, minerales y oligoelementos, estos nutrientes también contienen otras muchas sustancias antioxidantes (p. ej., polifenoles vegetales).

Perspectivas

La ateroesclerosis o el cáncer, así como otras enfermedades relacionadas con la edad, no son por definición enfermedades causadas por la deficiencia de micronutrientes. Sin embargo, existen pruebas bioquímicas y epidemiológicas bien fundadas de que un suministro insuficiente de antioxidantes favorece la degeneración de las estructuras celulares (como las paredes arteriales), facilitando la aparición de tumores y afectando a la función del sistema inmunitario. El principal problema sigue siendo detectar cuanto antes la deficiencia de antioxidantes. Si bien los especialistas pueden reconocer fácilmente ciertos estados de la deficiencia crónica severa de algún micronutriente debido a sus síntomas característicos, el diagnóstico resulta bastante más difícil cuando existen enfermedades multifactoriales complejas cuyo desarrollo pueda estar propiciado por la insuficiencia de varios micronutrientes. La deficiencia de micronutrientes como uno de los factores de riesgo o complicación de la enfermedad primaria es un elemento que se suele pasar por alto. Mucho más difícil resulta diagnosticar una deficiencia temprana y latente cuyos síntomas aún no se han manifestado. Esta carencia marginal se da con mucha frecuencia y es especialmente difícil de detectar, por lo que puede estar presente durante décadas sin dejarse notar.

Las consecuencias a largo plazo de una deficiencia latente de antioxidantes se desconocen hasta la fecha. Los estudios científicos abarcan un tiempo demasiado breve como para demostrar con certeza en qué medida un aporte óptimo de antioxidantes puede alargar la vida y mejorar la salud. No obstante, los resultados de los estudios realizados hasta ahora destacan la importancia de determinar el estado de la vitamina C y E y el betacaroteno y de observar la ingesta recomendada. Sin embargo el análisis de los niveles hemáticos no basta para diagnosticar una deficiencia, ya que puede que las reservas de las células del cuerpo estén más o menos vacías aunque las concentraciones séricas sean normales. Otro tema en el que los especialistas no se ponen de acuerdo es la dosis “óptima” de micronutrientes que proporcione los “máximos” beneficios para la salud, así como la cuestión de cuándo se puede hablar de un aporte “no óptimo”. Los expertos en nutrición han establecido recomendaciones para la ingesta diaria de micronutrientes, como el “ aporte dietético recomendado ” ( ADR), que puedan satisfacer las necesidades de la mayoría de la población sana de la misma edad y sexo viviendo en circunstancias similares. Muchos expertos critican que las recomendaciones actuales se centran principalmente en el “aporte medio para las personas sanas“ y no tienen en cuenta las necesidades individuales –debidas, por ejemplo, a variantes genéticas– ni tampoco una ingesta más alta que pudiera aportar beneficios para la salud.

En la actualidad se está discutiendo de qué manera podría medirse el estado de los micronutrientes en las revisiones periódicas. Asimismo despiertan un gran interés los métodos para diagnosticar las necesidades individuales de micronutrientes y las recomendaciones personalizadas tomando en cuenta estas necesidades. De este modo sería posible reconocer y corregir a tiempo los riesgos que conlleva para la salud una deficiencia. La prevención a medio y largo plazo de las enfermedades cardiovasculares mediante una ingesta óptima (durante toda la vida) –como una de las diferentes medidas para fomentar la salud– supondría en última instancia un ahorro significativo en este campo.

BIBLIOGRAFÍA

  1. Brubacher D. et al. Vitamin C concentrations in plasma as a function of intake: a meta-analysis. Int J Vitam Nutr Res. 2000; 70(5):226–237.
  2. Biesalski H. K. et al. Antioxidant vitamins in prevention. Clin Nutr. 1997; 16:151–155.
  3. Referenzwerte für die Nährstoffzufuhr (2000). Deutsche Gesellschaft für Ernährung, Österreichische Gesellschaft für Ernährung, Schweizerische Gesellschaft für Ernährungsforschung. Umschau Braus GmbH, Frankfurt am Main.
  4. Food and Nutrition Board, Institute of Medicine (2000). Dietary Reference Intakes for Vitamin C, Vitamin E, Selenium, and Carotenoids. National Academic Press, Washington DC.
  5. Leung W. C. et al. Two common single nucleotide polymorphisms in the gene encoding beta-carotene 15,15'-monoxygenase alter beta-carotene metabolism in female volunteers. The FASEB Journal. 2009; 23:1041–1053.
  6. Timpson N. J. et al. Genetic variation at the SLC23A1 locus is associated with circulating concentrations of L-ascorbic acid (vitamin C): evidence from 5 independent studies with > 15,000 participants. American Journal of Clinical Nutrition. 2010; 92:375–382.
  7. Michels A. J. et al. A new twist on an old vitamin: human polymorphisms in the gene encoding the sodium-dependent vitamin C transporter 1. American Journal of Clinical Nutrition. 2010; 92:271–272.
  8. Lonn E. et al. HOPE and HOPE-TOO Trial Investigators. Effects of long-term vitamin E supplementation on cardiovascular events and cancer: a randomized controlled trial. JAMA. 2005; 293:1338–1347.
  9. Levy Y. et al. The effect of vitamin E supplementation on cardiovascular risk in diabetic individuals with different haptoglobin phenotypes. Diabetes Care. 2004; 27(11):2767.
  10. Milman U. et al. Vitamin E supplementation reduces cardiovascular events in a subgroup of middle-aged individuals with both Type 2 diabetes mellitus and the haptoglobin 2-2 genotype: a prospective, double-blinded clinical trial. Art Thromb Vasc Biol. 2008; 28:341–347.
  11. Gey K. F. Optimum plasma levels of antioxidant micronutrients; ten years of antioxidant hypothesis on arteriosclerosis. Bibl Nutr Dieta. 1994; 51:84–99.
  12. Blot W. J. et al. The Linxian trials: mortality rates by vitamin-mineral intervention group. Am J Clin Nutr. 1995; 62 (6):1424–1427.

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