Las recomendaciones sobre la ingesta de micronutrientes se basan en una dosis diaria que satisfaga las necesidades medias de la mayoría de la población sana, de la misma edad y sexo y en circunstancias vitales similares. En el caso de la vitamina C se ha demostrado, por ejemplo, que estas estimaciones no se pueden aplicar de forma general. Se ha llevado a cabo un metaanálisis de varios estudios en los que se documentaron la ingesta y los niveles plasmáticos de vitamina C (1). Basándose en estos datos, se calculó la cantidad media diaria y las variaciones (diferencias) que son necesarias para lograr un nivel óptimo de vitamina C de 50 μmol/l (2). Según estos cálculos, un adulto necesita una dosis media de 100 mg al día, lo cual se corresponde aproximadamente con las recomendaciones de la mayoría de las sociedades de nutrición europeas (p. ej., 3) y del Comité de Nutrición de EE. UU. (“US Food and Nutrition Board”) (4). La variación no se distribuyó de forma regular, sino que más bien se manifestón en las cantidades más elevadas, lo que sugiere que existen grupos de población que requieren dosis más altas de vitamina C para conseguir los niveles plasmáticos recomendados de 50 μmol/l. Esto coincide con estudios que recomiendan una ingesta de hasta 150 mg al día para adultos sanos (2).
Por otra parte, existen cada vez más indicios de que ciertos grupos de población portan determinadas variantes genéticas (poliformismos) que influyen en el suministro y las necesidades de micronutrientes. Investigaciones recientes llevadas a cabo con mujeres han revelado que el 50 por ciento de la población presenta una variación genética que reduce su capacidad de producir cantidades suficientes de vitamina A y de betacaroteno. Según estos estudios, las mujeres más jóvenes con esta variación genética son las que corren mayor riesgo, ya que tienden a consumir escasos alimentos ricos en vitamina A y dependen en gran medida de la forma de betacaroteno del nutriente (5). En un estudio realizado recientemente se analizaron muestras de sangre de más de 15.000 mujeres, identificándose un poliformismo en un gen que codifica una proteína de transporte responsable de la absorción de la vitamina C en el intestino (6). La variante del gen se asoció con una reducción de las concentraciones de ácido ascórbico en sangre, lo cual podría estar a su vez relacionado con una actividad de transporte restringida. Aún se desconoce si este poliformismo aumenta el riesgo de insuficiencia de vitamina C y de otras enfermedades crónicas asociadas (7).
El siguiente ejemplo muestra de qué manera pueden influir estas variantes genéticas en los resultados del estudio y su interpretación. Tanto en el estudio HOPE como en su extensión HOPE-TOO, los resultados no mostraron relación entre la ingesta diaria de 400 UI de vitamina E y un menor riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares (infarto, accidente cardiovascular, fallo cardiaco, etc.) (8). Sin embargo, un análisis más detallado de los datos obtenidos en estos estudios sugiere que la suplementación con vitamina E ha resultado muy beneficiosa para personas con diabetes tipo 2 portadoras de una variante genética de la “haptoglobina (Hp)”, una proteína transportadora de la hemoglobina. Este genotipo (Hp-2-2) se caracteriza por un menor efecto antioxidante de la haptoglobina. Entre los pacientes con diabetes tipo 2 que portaban el Hp-2-2 y tomaban vitamina E se dieron muchos menos casos de muerte cardiovascular e infarto de miocardio no mortal (9). Los diabéticos con este genotipo tienen una mayor necesidad de micronutrientes antioxidantes, por lo que su salud se vio beneficiada por la ingesta de vitamina E. Un estudio reciente llevado a cabo con diabéticos tipo 2 portadores de Hp 2-2 confirma esta observación: las personas que tomaron suplementos de vitamina E presentaron un riesgo mucho menor de enfermedad cardiovascular (10). Los resultados fueron tan notables que el estudio se terminó antes de tiempo; ya que habría sido éticamente inaceptable privar al grupo de placebo de los suplementos de vitamina E. Se estima que un 36% de la población occidental posee el genotipo Hp 2-2.
Es necesario tener en cuenta este y otros factores a la hora de elaborar futuros estudios de intervención y, asimismo, considerar la evolución de la ingesta recomendada en relación con la prevención de enfermedades cardiovasculares o de otro tipo.