El hierro
Para las mujeres embarazadas, la ingesta de una cantidad adecuada de hierro es esencial, ya que el hierro es necesario para la formación de la hemoglobina materna y fetal, un componente que transporta oxígeno en la sangre. Dado que el volumen sanguíneo de la mujer se incrementa entre un 25 y un 40% durante el embarazo, y que el bebé también está produciendo células sanguíneas, la necesidad de hierro aumenta, poniendo a la madre en riesgo de padecer anemia. Durante los últimos tres meses de embarazo, el bebé obtiene de la madre algunas de las reservas de hierro que necesitará en los primeros cuatro a seis meses de vida. Además, el aumento del volumen sanguíneo y las reservas de hierro ayudan a que el cuerpo de la madre se adapte, en cierta medida, a la pérdida de sangre que se produce durante el alumbramiento (1, 2).
La deficiencia de hierro es la forma más frecuente de deficiencia nutricional y suele darse frecuentemente en mujeres embarazadas. Si no se trata adecuadamente, la deficiencia de hierro puede derivar en anemia, pudiendo continuar durante e incluso después de la lactancia, debido a que las reservas de hierro necesitan mucho tiempo para reponerse. La anemia maternal por deficiencia de hierro se asocia a una mayor incidencia de anemia en el bebé durante el primer año de vida, así como a anemia y reservas más bajas de hierro en la madre. Las mujeres embarazadas con anemia por deficiencia de hierro, especialmente en el primer y segundo tercio del embarazo, poseen un mayor riesgo de parto prematuro y de alumbrar a bebés de bajo peso (3, 4).
Mientras que la deficiencia severa de hierro se ha relacionado con daño cerebral irreversible y retraso mental en el bebé, la deficiencia suave y moderada, que todavía está presente en muchos países europeos, puede afectar la función cognitiva y motora de los niños.
A fin de prevenir la deficiencia durante la gestación y la lactancia, se recomienda modificar la alimentación, pudiendo ser necesaria una suplementación (11). Un mayor consumo de vísceras animales (p. ej., hígado), carnes rojas, yemas de huevo y pescado puede aportar hierro en una forma que se absorbe fácilmente. Las verduras de hoja verde, las legumbres y el trigo también son fuentes vegetarianas ricas en hierro. Dado que la absorción y la utilización del hierro ( biodisponibilidad) presente en los alimentos suele ser, en general, bastante pobre, debería modificarse cambiando el equilibrio entre los potenciadores y los inhibidores de la absorción del hierro. Así como el consumo de alimentos ricos en vitamina C (p. ej., naranja, guayaba, col) mejora la absorción, el té y el café actúan como inhibidores (5).
Mientras que las autoridades sanitarias europeas recomiendan una ingesta diaria de hierro de 30 mg durante el embarazo y de 16 mg durante la lactancia, en EE.UU. se ha definido como adecuado un valor de 27 mg y 10 mg respectivamente.