Mucho antes de que la vitamina C se considerara un nutriente esencial, el Dr. James Lind descubrió que un componente de los cítricos ayudaba a curar el escorbuto en los marineros británicos. Este descubrimiento contribuyó a impulsar el dominio naval de Inglaterra y a conformar el mundo en el que vivimos hoy (1). Años más tarde se identificó un ácido hexurónico (actualmente conocido como ácido ascórbico) como “vitamina C” y se determinó su importante papel en el mecanismo bioquímico de la formación de colágeno (2, 3). Aunque esta es la razón principal de que la vitamina C se considere un nutriente esencial, estudios recientes sugieren que esta vitamina también puede ser importante para otras enfermedades crónicas. Por otra parte, es posible que los niveles de ingesta necesarios para una salud óptima sean superiores a los que se recomiendan actualmente.
Función inmunológica
La función inmunológica es uno de los beneficios más conocidos de la vitamina C. La vitamina C es absorbida principalmente por las células circulantes del sistema inmune, alcanzando niveles entre 20 y 60 veces más altos que los de las células vecinas (4). Esto ayuda a proteger los neutrófilos frente a las especies reactivas de oxígeno que se utilizan para matar bacterias o virus patógenos. La vitamina C también estimula la migración de las células inmunes al lugar de la infección, y se ha observado una disminución de los niveles de vitamina C en personas que padecen infecciones (5). Una reciente revisión Cochrane de ensayos clínicos sobre la suplementación con vitamina C concluyó que la administración de 200 mg o más de vitamina C redujo la duración de los síntomas del resfriado común tanto en adultos como en niños (6).
Enfermedades no transmisibles
La vitamina C también se asocia con ciertas enfermedades no transmisibles como las enfermedades cardiovasculares, el cáncer o la enfermedad de Alzheimer. Los estudios de población han señalado asociaciones entre la vitamina C y una disminución del riesgo cardiovascular (7). Asimismo, varios meta-análisis de ensayos clínicos con suplementos de vitamina C han indicado mejoras en la función endotelial (8) y la presión arterial (9). La ingesta de vitamina C también se ha asociado con una menor incidencia de ciertos tipos de cáncer (10–12) y la enfermedad de Alzheimer (13, 14), si bien aún no están claras las relaciones de causa-efecto. En los últimos tiempos ha habido un creciente interés médico en los posibles beneficios de la administración de vitamina C por vía intravenosa para mejorar la calidad de vida en pacientes que reciben quimioterapia (15).
A la luz de esta evidencia reciente, algunos expertos han recomendado aumentar la ingesta diaria recomendada a 200 mg o más al día (16), una cantidad que se puede obtener mediante el consumo de 5 porciones de frutas y verduras. Sin embargo, en muchas partes del mundo es sorprendentemente frecuente la deficiencia marginal o total de vitamina C. En el Reino Unido se ha constatado una deficiencia marginal o depleción de vitamina C (<28 µmol/L) en un 34-46 % de la población de bajos ingresos (17), mientras que en EE. UU., el 46 % de la población presenta unos niveles insuficientes de vitamina C status (<53 µmol/L) (18).
No hay duda de que la vitamina C es importante para otros aspectos de la salud que van más allá de la simple prevención del escorbuto. Muchas personas no consumen las cantidades recomendadas de frutas y verduras o tienen unos niveles de vitamina C en el organismo que están por debajo de las recomendaciones. Teniendo en cuenta sus posibles beneficios, es un buen momento para proponer un mayor consumo de alimentos ricos en vitamina C o de suplementos que ayuden a alcanzar unos niveles en el cuerpo que favorezcan una salud óptima.
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