Dipl. en Nutrición y Dietética Silke Röhl y Prof. Dr. med. Beate A. Schücking, Universidad de Osnabrück, Alemania
“La principal función del yodo en el organismo humano es ser un componente de las hormonas tiroideas tiroxina y triyodotironina, las cuales son indispensables para el metabolismo energé-tico y el crecimiento celular, además de interactuar con otras hormonas como la insulina. Gracias a su gran afinidad con el oxígeno, el yodo posee un efecto antioxidante que le permite, por ejemplo, proteger los ácidos grasos poliinsaturados frente a las especies reactivas de oxígeno (1,2).Fuera de la tiroides, el yodo se encuentra sobre todo en las secreciones de las mucosas expuestas, donde ejerce un papel protector contra los gérmenes (3,4). Así, por ejemplo, la concentración de yodo en la saliva es entre 20 y 100 veces superior a la del plasma sanguíneo. Otras concentraciones eficaces de yodo se dan asimismo en la película lagrimal (5), la mucosidad nasal, la saliva, el jugo gástrico (6-8) y la mucosa rectal. El yodo también puede tener un efecto protector similar en los pulmones. Un nivel elevado de yodo puede dar lugar a largo plazo a una disminución de la producción y la función de los espermatozoides (9). El efecto espermicida en la mucosa uterina está en función de la fase del ciclo y explica además por qué el flujo vaginal es el único que no presenta concentraciones ricas en yodo. Por otro lado, no está clara la función del yodo en las glándulas sexuales y en los islotes pancreáticos (10, 11). La yodolactona, que se sintetiza a partir del ácido araqui-dónico, actúa inhibiendo el crecimiento de determinadas células y acelerando su extinción, lo cual parece tener especial relevancia en el caso de las células cancerígenas (12). Si bien no se ha documentado ningún efecto del yodo sobre el sistema inmune, la carencia de este oligoelemento puede provocar de forma indirecta una alteración de la respuesta inmune de tipo retardado, sin que se conozcan cuáles son los mecanismos desencadenantes (13,14).