Daniel J. Owens y Graeme L. Close, Liverpool John Moores University, Research Institute for Sport and Exercise Science, Liverpool, Reino Unido
“La importancia de la luz solar para el rendimiento físico es algo que se conoce desde hace siglos. De hecho, a los antiguos atletas olímpicos griegos se les hacía entrenar bajo los rayos del sol debido a los supuestos beneficios para la salud física descritos por el médico griego Antilo. Sin embargo, en los últimos tiempos y gracias al desar-rollo de los principios científicos, los datos apuntan a la vitamina D para explicar nuestros conocimientos sobre los efectos saludables de la exposición al sol en la salud muscular y el rendimiento deportivo. Ahora resulta obvio que sus efectos tienen que ver con la regulación de las vías celulares genómicas y no genómicas en el músculo esquelético (1). Pese a ello, este campo de investigación aún está en pañales y, dada la complejidad de la señalización celular y el control de la expresión génica en los que parece intervenir la vitamina D, todavía quedan muchas preguntas por responder.
Los datos epidemiológicos indican que la deficiencia de vitamina D está muy extendida en todo el mundo, incluso en lugares con abundante sol. La clasificación de la deficiencia de vitamina D es un tema muy debatido en el que existen opiniones discrepantes en cuanto a las concentraciones séricas de 25-hidroxi-vitamina D (25[OH]D) que constituyen una deficiencia y los niveles que se consideran “óptimos” y seguros. Si tenemos en cuenta las directrices del Instituto de Medicina de EE. UU. para la clasificación de los niveles de vitamina D, la deficiencia se define como unas concentraciones inferiores a 30 nmol/L. Sin embargo, estas recomendaciones son consideradas por muchos como excesivamente conservadoras, y algunos autores sugieren unos niveles de 100 – 250 nmol/L como óptimos para la salud humana (2). Los estudios observacionales indican que la deficiencia de vitamina D (por debajo de 30 nmol/L) y la insuficiencia (por debajo de 50 nmol/L) –según la definición del Instituto de Medicina de EE. UU.– son comunes en los atletas (3-12). Estas observaciones parecen ser independientes del nivel de competición y la ubicación geográfica. Tales conclusiones posiblemente sean atribuibles al estilo de vida predominantemente sedentario de los países desarrollados, las políticas gubernamentales relacionadas con la exposición al sol, el escaso número de alimentos que contienen vitamina D, la abundancia de nubosidad en las latitudes septentrionales, la insuficiente elevación solar durante los meses de invierno para la síntesis cutánea de vitamina D y el hecho de cubrir la mayor parte del cuerpo con ropa.
La vitamina D afecta los procesos celulares que influyen potencialmente en la fisiología celular de varias maneras. Estos procesos se suelen dividir en dos categorías: 1) Efectos genómicos mediados por la interacción de la 25(OH)D con el receptor de la vitamina D (VDR) y 2) efectos no genómicos mediados por numerosas vías de señalización transmembrana iniciadas por la 25(OH]D. La evidencia disponible sugiere que el efecto que la vitamina D puede tener sobre las fibras musculares (miotubos) y la posterior función muscular podría depender más de mecanismos no genómicos rápidos que de alteraciones en la expresión génica mediadas por el VDR (13). De hecho, actualmente se desconoce si el receptor de la vitamina D existe en el músculo completamente diferenciado, ya que las investigaciones recientes no han conseguido identi-ficar el receptor. Uno de los principales mecanismos mediados por la 25(OH)D que podría repercutir en la función muscular es su papel en la homeostasis del calcio (14). Puesto que el calcio es esencial para la interacción de la actina y la miosina, es de suma importancia que las concentraciones intracelulares de calcio se mantengan dentro del rango fisiológico para que la contracción muscular sea normal. Otro mecanismo por el que la vitamina D puede mediar en la función de los músculos proviene de investigaciones que han con-statado una función de la 25(OH)D en la absorción de fosfato del músculo esquelético (14). Al igual que el calcio, el fosfato es una sustancia clave para la contracción muscular en cada ciclo de los puentes cruzados. Asimismo, existen evidencias que sugieren que la vitamina D puede influir directamente en los componentes contráctiles del músculo esquelético.
Nuevos datos apuntan a la importancia de unos niveles adecuados de vitamina D para la regeneración del músculo esquelético tras haber sufrido algún daño. Los experimentos in vitro y los estudios en animales han demostrado que la expresión del gen VDR se incrementa significativamente después de una lesión del músculo esquelético (15). Por otra parte, la 25(OH)D3 induce la síntesis de factores relacionados con la generación de nuevo tejido muscular (16). Aparte de esto, datos recientes sugieren que la 25(OH)D parece estimular la proliferación y diferenciación de las células del músculo, así como la formación de nuevos vasos sanguíneos (angiogénesis), un proceso clave en el desarrollo y la reparación de los tejidos (17).
En conjunto, la evidencia descrita sugiere una sólida relación entre la vitamina D y la función y la salud de los músculos esqueléticos. No obstante, para establecer totalmente esta relación, debemos considerar si tales datos son extrapolables al rendimiento muscular y al rendimiento físico en general. No se dispone de datos de este tipo en poblaciones jóvenes sanas y especialmente “deportistas”. Sin embargo, sí existen datos de poblaciones de edad avanzada que sugieren una asociación directa entre un nivel bajo de vitami-
na D y un peor rendimiento físico, lo cual podría atribuirse a una función muscular anormal, una enfermedad muscular (miopatía) y, en algunos casos, a la pérdida de tejido muscular (atrofia) (18-22). Estudios recientes controlados y bien diseñados sugieren que la vitamina D puede contribuir a mitigar el deterioro de la función muscular asociado a la edad (23-28).
La suplementación oral con vitamina D3 es un método eficaz para elevar las concentraciones séricas de
25(OH)D con una respuesta en función de la dosis (29). Por otra parte, hay que señalar que la D3 es más efectiva que la D2 para aumentar y mantener los niveles séricos de 25(OH)D (30), especialmente durante los meses de invierno. Los ensayos realizados en cohortes de personas jóvenes sanas y activas muestran que la deficiencia se puede revertir por medio de suplementos orales (31). Los datos suministrados hasta ahora confirman los efectos positivos de la suplementación con altas dosis de vitamina D, si bien también es preciso tener en cuenta la toxicidad de estos suplementos. El Instituto de Medicina de EE. UU. ha establecido el “nivel sin efectos adversos observados” (NOAEL) para la ingesta de vitamina D en 4000 UI al día (32). Sin embargo, al revisar la literatura científica se aprecia claramente que no se han observado efectos secunda-rios en dosis diarias de 10.000 UI (33). Tal y como demuestran los datos proporcionados, resulta evidente que la deficiencia de vitamina D se puede tratar con la suplementación oral. Pese a todo, se necesitan más estudios para establecer el efecto de diferentes concentraciones de vitamina D en la función muscular desde una perspectiva funcional y molecular”.