El índice de obesidad se ha multiplicado prácticamente por dos desde principios de los 80 [1] y se ha especulado mucho sobre las posibles razones de este fuerte incremento. Está claro que la obesidad materna y el exceso de peso que se puede producir durante el embarazo aumentan las posibilidades de que el niño sea obeso [2]. Sin embargo, aunque la obesidad parecer heredarse, los genes que recibimos de nuestros progenitores no pueden explicar este pronunciando aumento de casos, ya que se necesitan varias décadas para que se produzca un cambio tan drástico. Los factores del estilo de vida desempeñan un papel importante y parecen influir en nuestros genes de forma transmisible de una generación a otra –las modificaciones específicas conocidas como «mecanismos epigenéticos» pueden hacer que se activen o no ciertos genes en el individuo. Aunque se dan a lo largo de toda la vida, los que se producen en la primera etapa –en el útero y durante la infancia– parecen tener efectos especialmente duraderos. Estas adaptaciones ayudan a explicar cómo la obesidad pasa de la madre y, posiblemente del padre, al niño [3].
La interrelación entre crianza y naturaleza es muy compleja. Sin embargo, parece que el conocido como el grupo metilo (una pequeña molécula), capaz de desactivar un gen adhiriéndose a él, es un factor decisivo. En personas con obesidad, esta adhesión afecta a los genes (p. ej. en el control del apetito) y, afortunadamente, se puede influir en ellos hasta cierto punto a través de la dieta y el ejercicio [3]. Los estudios realizados con animales muestran que el efecto negativo de una dieta rica en grasas durante el embarazo sobre el peso del niño desaparece si la dieta es rica en nutrientes específicos como el folato, que produce estas adhesiones [4]. Existen hallazgos que respaldan esta teoría: los hijos de madres obesas con bajos niveles de folato presentaron un 43 % más de posibilidades de desarrollar obesidad que los hijos de madres obesas con un nivel de folato adecuado [5].
El efecto de la vitamina en el peso del niño es una razón convincente para garantizar un consumo de folato adecuado desde el momento en que una pareja decide tener un hijo. Además, puesto que muchos embarazos no se planean, es importante que todas las mujeres con posibilidades de quedarse embarazadas hagan un consumo de folato adecuado. Se recomienda debido a sus efectos positivos contra los defectos en el tubo neural, una anomalía que puede causar muerte fetal o graves malformaciones. Aun así, aún hay muchas futuras madres que no toman suplementos de folato [6]. Quizá estos hallazgos sobre su influencia en la obesidad puedan contribuir a que un mayor número de futuras madres decida tomar suplementos de folato – sobre todo teniendo en cuenta que la obesidad podría ser solo la punta del iceberg, ya que empiezan a aparecer pruebas sobre sus posibles efectos duraderos en la presión sanguínea, las enfermedades cardiovasculares y la demencia.