«La menopausia es un proceso gradual que tiene lugar durante un periodo de varios años, por lo general en mujeres entre los 45 y 55 años de edad. Este proceso, inducido por la disminución del número de folículos ováricos producidos, marca en la mujer el comienzo de la disminución de la fertilidad asociada a la edad. Este cambio en el potencial reproductivo es resultado directo de una disminución en la producción de hormonas por parte de los ovarios, lo cual produce manifestaciones físicas que afectan la calidad de vida de las mujeres en edad menopáusica. Durante la menopausia ocurre una disminución importante de los estrógenos. Normalmente los estrógenos favorecen el desarrollo de los rasgos secundarios femeninos, tales como el desarrollo de los senos y el crecimiento del vello característico del sexo femenino. Los estrógenos aumentan la producción de proteínas de unión a nivel de hígado, mantienen el adecuado balance de líquidos en el organismo permitiendo la retención de sales y agua, favorece la coagulación y permite mantener un perfil de lípidos adecuado aumentando las lipoproteínas de alta densidad ( HDL, por sus siglas en inglés) y disminuyendo las lipoproteínas de baja densidad ( LDL, por sus siglas en inglés).
El estrés oxidativo es parte integral del proceso de envejecimiento y es resultado de la sobreproducción de radicales libres, tales como las especies reactivas de oxígeno (ROS, por sus siglas en inglés), los cuales superan los mecanismos de defensa antioxidante del organismo. Los agentes antioxidantes por lo general neutralizan las ROS y ayudan de este modo a impedir la sobreexposición causada por el estrés oxidativo. Sin embargo, a medida que el organismo envejece, los niveles de antioxidantes disminuyen y el organismo humano se vuelve entonces susceptible a diversas patologías asociadas a la edad, tales como la cirrosis hepática no alcohólica y enfermedad cardíaca ateroesclerótica (1, 2). Esta condición, junto con la disminución gradual en la producción de estrógenos en el sistema reproductor femenino, se encuentra asociada en alto grado a varias de las secuelas de la menopausia, tales como enfermedad cardíaca, alteraciones del control vasomotor y osteoporosis (2, 3). Se ha demostrado que la marcada reducción de estrógenos aumenta los niveles de estrés oxidativo en el organismo, dependiendo de la concentración y estructura química de la hormona. Los estrógenos en altas concentraciones tienden a tener un efecto antioxidante benéfico, inhibiendo la oxidación de la guanina en el ADN. Por el contrario, a bajas concentraciones, esta hormona tiene efectos pro-oxidantes, los cuales incluyen ruptura del material genético, formación de aductos de ADN y oxidación de las bases (4). Adicionalmente, se ha encontrado que las concentraciones séricas de citoquinas inflamatorias y de biomarcadores prooxidantes, tales como el glutatión, son más altos en mujeres en edad posmenopáusica que en mujeres en edad premenopáusica (5). La elevación de las citoquinas inflamatorias y los marcadores prooxidantes sugiere la existencia de un alto grado de estrés oxidativo en el estado posmenopáusico (6).
Se ha demostrado que el estrógeno desempeña un rol fisiológico en el sistema cardiovascular, protegiendo contra la enfermedad cardíaca. Ello debido a su efecto protector en la ateroesclerosis, mediante la estabilización de la placa y el desarrollo de vasos colaterales (7, 8). Los estrógenos también tienen efectos favorables sobre la insulina, la glucosa y los niveles séricos de lipoproteínas. Sin embargo, el efecto antioxidante de los estrógenos se pierde una vez la mujer llega a la menopausia, aumentando así la incidencia de la ateroesclerosis (1). De este modo es evidente que los efectos de la disminución de estrógenos y otros compuestos durante la menopausia pueden predisponer al desarrollo de enfermedad cardiovascular. Además, el aumento de los niveles séricos de citoquinas inflamatorias, tales como el factor de necrosis tumoral y las interleucinas 4, 10 y 12, inducido por el cambio hormonal, estimula la formación de osteoclastos y osteoblastos, conduciendo a un elevado recambio óseo y eventualmente a la pérdida ósea (6). En general, dado el rol de las citoquinas proinflamatorias y del estrógeno en el remodelado óseo, es evidente que el estrés oxidativo es el principal factor que contribuye a la pérdida de la densidad ósea en la osteoporosis.
El estrés oxidativo también está involucrado en la patogénesis de los síntomas menopáusicos, tales como las alteraciones vasomotoras. Estas alteraciones incluyen accesos repentinos de calor o sudoración nocturna: la tasa metabólica aumenta temporalmente, lo cual a menudo causa sudoración, pánico e irritabilidad. A lo largo de la menopausia ocurren repetitivos episodios de alteración vasomotora, cuyo resultado es la prolongada elevación de la tasa metabólica. Se ha demostrado que este aumento contribuye al estrés oxidativo en cuanto representa un obstáculo para los antioxidantes y su función en la neutralización de los ROS (9).
Además de la terapia hormonal y la actividad física habitual, se ha demostrado que el consumo de alimentos ricos en antioxidantes refuerzan los efectos benéficos de la farmacoterapia en pacientes en edad posmenopáusica (10, 11). Específicamente, las mujeres que no pueden tolerar los efectos colaterales de la terapia hormonal o son propensas a desarrollar cáncer de mama, podrían encontrar de gran provecho el uso de antioxidantes en la dieta, para controlar los síntomas de la menopausia. El aporte suplementario de antioxidantes no solo podría mejorar la calidad de vida de las mujeres en edad menopáusica, expuestas a alto estrés oxidativo, sino también el estrés oxidativo debido a otros factores relacionados con el estilo de vida, tales como el tabaquismo, el estrés, el consumo excesivo de alcohol y los hábitos alimenticios poco saludables. Entre los muchos antioxidantes evaluados, se ha encontrado que la vitamina C (ácido ascórbico) y la vitamina E (alfa-tocoferol) presentan los beneficios más altos para las mujeres en las fases peri y posmenopáusicas. Ambas vitaminas pueden ser usadas para impedir el inicio de varios desórdenes asociados a la disminución de estrógenos asociada a la edad. Dada su capacidad antioxidante, estas vitaminas secuestran los radicales libres y neutralizan el estrés oxidativo (12). Un estudio en el que se evaluó el efecto de estas vitaminas en mujeres en edad posmenopáusica encontró altos niveles de malonaldehído, un marcador de estrés oxidativo, y bajos niveles de las enzimas antioxidantes catalasa y superóxido dismutasa en mujeres que no incorporaron las vitaminas C y E en su dieta (13). Las vitaminas no solo permitieron alcanzar un balance redox favorable para el organismo sino que también se asociaron con un menor riesgo de enfermedad cardiovascular, efecto mediado por la inhibición de la síntesis de colesterol y la oxidación del colesterol LDL (10, 14).
Con respecto a los síntomas de la menopausia, se ha demostrado que ambas vitaminas reducen la intensidad y el número de accesos repentinos de calor, mediante el aumento de la función renal. Ello permite una mayor producción de hormonas, específicamente estrógeno, y fortalece el sistema de defensa antioxidante, en mujeres en edad posmenopáusica. Tomando en cuenta solamente la vitamina C, su ingesta ha sido asociada con un efecto protector de la salud ósea. Ello puede evidenciarse en su acción inhibitoria de la actividad osteoblástica y osteoclástica, lo cual impide el acelerado recambio óseo y la eventual pérdida ósea (15, 16). Es importante que los micronutrientes, al igual que todos los nutrientes, sean consumidos en dosis apropiadas ya que, ingeridos en altas cantidades, pueden tener efectos perjudiciales para el organismo (10)».
Basado en: Doshi S. B. and Agarwal A. The role of oxidative stress in menopause. J Midlife Health. 2013; 4(3):140–146.