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  • OPINIÓN EXPERTA
  • 2015

Evidencia de niveles bajos de yodo en las mujeres en edad fértil del Reino Unido

Publicado

1 agosto 2015

Prof.Margaret Rayman, Universidad de Surrey, Guildford, Reino Unido

Margaret Rayman es profesora de Medicina Nutricional en la Universidad de Surrey desde 1998. Su principal campo de investigación se centra en la importancia de los oligoelementos para la salud humana, especialmente el selenio y el yodo.

El yodo es un oligoelemento esencial en nuestra dieta. Hace casi cien años se demostró que es parte integrante de la tiroxina, la hormona tiroidea necesaria para un crecimiento y un metabolismo normales. También es un componente de la 3,5,3'-triyodotironina, un regulador clave de procesos importantes de las células.

Las hormonas tiroideas son necesarias para un crecimiento y desarrollo normal de los tejidos, en particular los del sistema nervioso central. El cuerpo adulto contiene aproximadamente 15-20 mg de yodo, de los cuales entre el 70 y el 80 % se encuentra en la glándula tiroides. La manifestación más común de la deficiencia de yodo es el bocio, que es una inflamación de la glándula tiroides.

Las principales fuentes dietéticas de yodo son los productos lácteos y, en menor medida, la carne, los productos derivados del huevo y las nueces de Brasil. Las algas comestibles también suelen contener niveles altos de yodo, aunque estos fluctúan mucho. La yodación de la sal es una práctica que se utiliza en mucho en países con escasa disponibilidad de yodo en la dieta. En este sentido, es importante recordar que unas cantidades excesivas de yodo pueden causar tirotoxicosis (1).

Las hormonas tiroideas son imprescindibles para un desarrollo normal del cerebro. De ahí que el feto, los recién nacidos y los niños pequeños sean especialmente vulnerables a la falta de yodo. Una carencia grave de este oligoelemento puede causar cretinismo. Por su parte, una deficiencia de leve a moderada está asociada con un coeficiente intelectual más bajo y una menor capacidad de lectura y ortografía (2). Las necesidades de yodo aumentan durante el embarazo, por lo que se recomienda un consumo de entre 220 y 250 μg/día (Instituto de Medicina de EE.UU. y OMS), en comparación con la ingesta recomendada para adultos de 150 μg/día (3).

Se ha comprobado que cubrir las necesidades de yodo en niños en edad escolar con una deficiencia moderada mejora la función cognitiva y motora, eleva los niveles de los factores de crecimiento insulínicos y mejora el crecimiento somático (3).

En el pasado, el déficit de yodo fue endémico en el Reino Unido. Sin embargo, en los últimos 50 años se ha erradicado en gran medida debido principalmente al aumento del consumo de productos lácteos. Esto fue consecuencia de la introducción de nuevas prácticas de alimentación en las granjas de productos lácteos, que comenzaron a administrar caseína yodada a las vacas para promover la lactancia y utilizaron desinfectantes yodóforos para la higiene de las ubres (1). Las mujeres embarazadas de la vecina Irlanda también están en riesgo de deficiencia de yodo. Un estudio reciente ha revelado que el 55 % padece una carencia durante los meses de verano, si bien este porcentaje se reduce al 23 % en invierno. Curiosamente, los niveles de yodo en la leche de vaca siguieron el mismo patrón estacional (4).

En 2014, el grupo de la profesora Rayman evaluó el consumo de yodo de las mujeres en edad fértil en su departamento de la Universidad por medio de mediciones de orina y diarios de alimentos. Se calcularon unos niveles medios de ingesta de 167 μg/día a partir de los análisis de orina recogidos durante 24 horas, pero estos niveles fueron de tan solo 123 μg/día cuando se calcularon a partir de los diarios de alimentos. Pese a todo, esta suficiencia límite sigue siendo preocupante, ya que las mediciones se llevaron a cabo a mediados de invierno en un grupo de nutricionistas de alto nivel educativo que supuestamente consume yodo en cantidades elevadas. La ingesta dietética de leche, carne y huevos demostró estar estrechamente correlacionada con el consumo de yodo (2).

En su estudio más reciente (5), el grupo de la profesora Rayman examinó los niveles de yodo de más de 200 mujeres británicas embarazadas a las 12, 20 y 35 semanas de gestación. Descubrieron que la cohorte presentaba a una deficiencia de yodo de leve a moderada en todas las etapas de la gestación, aunque los niveles tendían a aumentar conforme avanzaba la misma. Se pensó que esto era debido a una mayor captación tiroidea de yodo. Este aumento de la absorción podría haber ocurrido porque la gonadotropina coriónica humana estimula la tiroides. También observaron que la estación del año influía significativamente en la ingesta de yodo de aquellas participantes que consumían más de media pinta de leche al día. Solamente un 4 % de la cohorte tomaba un suplemento con yodo, pero estos resultados demuestran que, incluso en un país que teóricamente tiene las necesidades de yodo satisfechas, se requiere una suplementación adicional durante el embarazo.

REFERENCIAS

 
  1. Phillips DI, “Iodine, milk and the elimination of endemic goitre in Britain: the story of an accidental public health triumph”. J Epidemiol Community Health 1997; 51:391-3.
  2. Bath SC.,Sleeth ML, McKenna M, Walter A, Taylor A and Rayman MP, Iodine intake and status of UK women of childbearing age recruited at the University of Surrey in the winter”, Br J Nutr 2014, 112:1715-23.
  3. Zimmermann MB, “The Adverse Effects of Mild-to-Moderate Iodine Deficiency during Pregnancy and Childhood: A Review” . Thyroid. September 2007, 17(9): 829-835.
  4. Nawooz Z, Burns R, Smith DF, Sheehan S, O´Herlihy C and Smyth PP, “Iodine intake in pregnancy in Ireland – a cause for concern?”, Ir Med Sci 2006, 175(2):21-4.
  5. Bath SC.,Furmidge-Owen VL, Redman CWG and Rayman MP, “Gestational changes in iodine status in a cohort study of pregnant women from the United Kingdom: season as an effect modifier”, Am J Clin Nutr 2015; 101:1180-7.

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