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  • OPINIÓN EXPERTA
  • 2013

Información sobre los efectos de los hábitos de vida en la salud

Publicado

15 marzo 2013

“Hoy en día nos vemos bombardeados por información sobre los beneficios y los perjuicios de nuestros hábitos, pero ¿cómo decidir qué información es importante? Aquí propongo una forma simple de informar sobre el impacto del estilo de vida o los factores de riesgo ambientales, basada en el efecto del estilo de vida en la esperanza de vida aplicado de forma proporcional a escala diaria. Para el concepto de perder o ganar 30 minutos de vida al día podemos usar el término “microvida”,
ya que 1.000.000 de medias horas (57 años) corresponden más o menos a una vida adulta de exposición a ciertos hábitos. Según estudios epidemiológicos recientes sobre los hábitos a largo plazo, la pérdida de una microvida se puede relacionar, por ejemplo, con fumar dos cigarrillos, tomar dos bebidas alcohólicas extra, comer una porción de carne roja, pesar 5 kg de más o ver dos horas de televisión al día. El ganar esta microvida se relaciona con tomar una estatina diaria (1 microvida), tomar solo una copa de alcohol al día (1 microvida), 20 minutos de ejercicio diario moderado (2 microvidas), y un consumo diario de al menos cinco porciones de fruta y verdura fresca aumenta las concentraciones de vitamina C en sangre por encima de los 50 nmol/L (4 microvidas).

Las relaciones demográficas también se pueden expresar en esta unidad. Por ejemplo, ser mujer en lugar de hombre (4 microvidas al día), ser sueco en lugar de ruso (21 microvidas al día para los hombres) y vivir en 2010 en lugar de en 1910 (15 microvidas al día). Esta forma de expresar la información permite a un público medio, no académico, hacer comparaciones generales pero acertadas sobre el alcance de los riesgos crónicos, y se basa en la metáfora de la “velocidad del envejecimiento”, que ha resultado efectiva para animar a la gente a dejar de fumar.

Las cantidades, como los cocientes de riesgo, las tasas estandarizadas de mortalidad y las fracciones atribuibles poblacionales surgen de forma natural de los diseños de los estudios epidemiológicos estándar. Por ejemplo, según un estudio reciente, el consumo de una porción extra de carne roja (85 g) al día se relacionaba con un cociente de riesgo de la mortalidad por todas las causas de un 1,13. Esto fue acogido por los medios de comunicación populares con titulares exagerados y difíciles de entender del tipo “si la gente redujera la cantidad de carne roja que come (…) a menos de media porción al día, se podría evitar el 10% de muertes”. (Daily Express, 4 de marzo de 2012). Se sabe que la terminología del riesgo relativo expresa un mayor alcance del riesgo que las medidas de riesgo absoluto. Las recomendaciones actuales de la Association of the British Pharmaceutical Industry afirman que los riesgos relativos no deberían usarse sin riesgos absolutos cuando se habla de los resultados de los ensayos clínicos. Los riesgos absolutos a menudo se ofrecen en cifras de retraso de las muertes prematuras. Un ejemplo de esto es el cálculo reciente de que un 40% de reducción del consumo de alcohol a una media de 5 g/día podría retrasar 4.500 muertes al año en Inglaterra.

Una medida absoluta alternativa consiste en los cambios en la esperanza de vida, por ejemplo, una media estimada de dos años más al reducir el tiempo excesivo que se pasa sentado en EE. UU. a menos de tres horas al día. Los cocientes de riesgo se pueden convertir en cambios en la esperanza de vida si se supone un efecto para toda la vida desde una edad específica. Siendo así, si el cociente de riesgo mencionado arriba por comer carne roja se aplica a las tablas de mortalidad del Reino Unido a partir de, digamos, los 35 años, el hábito de por vida de comer una porción extra de carne roja al día se relacionaría con una reducción de la esperanza de vida de cerca de un año, pasando de 80 años a 79. Esto no resulta muy impresionante, puesto que la gente suele desestimar los efectos que parecen afectar al futuro lejano. Pero la pérdida de un año en un plazo de 45 años supone un 1/45, lo que proporcionalmente supone aproximadamente una semana al año o media hora al día. Por eso, una alternativa para informar sobre esto sería decir que comer hambur-guesas en el almuerzo, si se hace la media entre la duración de la vida de muchas personas, se relaciona con una pérdida de media hora al día de esperanza de vida. Lo que es, a menos que se coma muy lento, más tiempo del que se necesita para comer una hamburguesa.

A una media hora de la esperanza de vida de un adulto se la puede llamar microvida, ya que es más o menos equivalente a una millonésima parte de la vida a partir de los 35. Un hombre y una mujer medios de 35 años en Inglaterra tienen una esperanza de vida de 45 y 48 años respectivamente (394.000 y 420.000 horas), teniendo en cuenta los índices de mortalidad actuales. Puesto que la esperanza de vida ha crecido tres meses al año durante décadas, una persona que actualmente tenga 35 años podría vivir, de forma realista, otros 55, lo que constituye 481.000 horas (o casi un millón de medias horas).

Los cocientes de riesgo específico se pueden convertir en esperanza de vida al relacionar los efectos de los factores de estilo de vida a largo plazo con los riesgos demográficos, para cambiarlos por esperanza de vida para hombres y mujeres de 35 años y trasladarlos al cambio correspondiente en microvidas (30 minutos de esperanza de vida) por día de exposición. Estas afirmaciones son muy aproximadas y se basan en numero-sas hipótesis. Los cocientes de riesgo derivan principalmente de metaanálisis recientes, pero se basan inevi-tablemente en resultados publicados que podrían ser discutibles, especialmente en estudios sobre dietas. Si se hace la media en el marco de la duración de una vida, una microvida puede “perderse”, por ejemplo, fumando dos cigarrillos, teniendo 5 kg de sobrepeso, bebiendo una segunda o tercera copa de alcohol al día, viendo dos horas de televisión o comiendo una hamburguesa. Por otro lado, las microvidas se pueden “ga-nar” bebiendo de 2 a 3 tazas de café al día, comiendo fruta y verduras de forma regular y con 20 minutos de ejercicio moderado al día. También los factores demográficos tienen efectos: la pérdida de vida por ser varón es más o menos equivalente a la de fumar ocho cigarrillos al día. Por otro lado, vivir en Rusia en lugar de en Suecia es equivalente a fumar 40 cigarrillos al día para los hombres y 20 para las mujeres. La idea de las microvidas constituye una metáfora del “envejecimiento acelerado” debido a exposiciones nocivas: por ejemplo, fumar 20 cigarrillos al día (10 microvidas) es como si te acercaras a la muerte con días de 29 horas en lugar de 24.

Sin embargo, este concepto tiene sus limitaciones: la media de las microvidas se calcula en poblaciones y duraciones de vida, hace caso omiso de la variabilidad entre las personas en cuanto a su respuesta a expo-siciones nocivas y beneficiosas y no se puede aplicar ni a edades específicas ni a exposiciones aisladas (¿quién sabe cuánto daño causan unos pocos cigarrillos?). Además, se basa en la diferencia epidemiológica entre grupos de gente y no necesariamente en el efecto causal del hábito. Por otro lado, las estimaciones son aproximadas, debido a la variabilidad de los ejemplos y, más importante aún, a las limitaciones inevi-tables de los estudios epidemiológicos. Asimismo, no se tiene en cuenta la calidad de vida, por lo que los hábitos se evalúan solo en términos de años añadidos a la vida y no de vida añadida a los años. Sin em-bargo, una “microvida sana” podría adoptarse si hubiera datos disponibles.

La metáfora de la velocidad del envejecimiento y el uso del término microvida están pensados más bien para la divulgación popular, no para el uso científico, pero también puede resultar útil para profesionales de la salud. Quizá sería mejor hablar de ella con frases como “Si se hace la media como un hábito de por vida de muchas personas, viene a ser como si comer una hamburguesa les hiciera perder 30 minutos de sus vida”. Estas cantidades traen los efectos a largo plazo al presente y contribuyen a contrarrestar la pérdida de vida, puesto que lo que ocurra en el futuro suele considerarse de poca importancia. Por supuesto, se necesitarían estudios de evaluación para cuantificar cualquier efecto en el comportamiento, pero no se necesitan estudios para concluir que, por lo general, a la gente no le gusta la idea de envejecer más rápido.”

Basado en: Spiegelhalter D. Using speed of ageing and “microlives” to communicate the effects of lifetime habits and environment. BMJ. Publicado en línea en diciembre de 2012.

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