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  • OPINIÓN EXPERTA
  • 2014

Controversies in omega-3 fatty acid research

Publicado

1 diciembre 2014

«Los ácidos grasos omega 3 son una familia de ácidos grasos poliinsaturados que contribuyen a la salud y el bienestar humanos. Funcionalmente, los más importantes parecen ser el ácido eicosapentaenoico (EPA) y el ácido docosahexaenoico (DHA), aunque ahora también está empezando a conocerse el papel del ácido docosapentaenoico (DPA). Los efectos de los ácidos grasos omega 3 son evidentes a lo largo de toda la vida, lo que implica la necesidad de que la ingesta de estos importantes nutrientes sea suficiente en todos los sectores de la población. Sin embargo, la ingesta de EPA y DHA suele ser baja, normalmente por debajo de las recomendaciones. Estos dos ácidos tienen varias funciones fisiológicas relacionadas con determinados beneficios clínicos o para la salud. Una ingesta elevada se traduce en una mayor incorporación en lípidos sanguíneos, células y tejidos. El alto contenido de EPA y DHA modifica la estructura de las membranas celulares y la función de las proteínas implicadas, como receptores, proteínas señalizadoras, transportadores y enzimas. Los ácidos EPA y DHA modifican la producción de mediadores lipídicos y, al afectar a la señalización celular, pueden alterar los patrones de expresión génica. Con estas acciones, el EPA y el DHA modifican la respuesta celular y tisular de un modo que parece generar condiciones más adecuadas para el crecimiento, el desarrollo y el mantenimiento de la salud.

Hace casi medio siglo, se observó que las poblaciones que ingerían grandes cantidades de lípidos marinos, como los japoneses y los inuit de Groenlandia o el norte de Canadá, registraban una incidencia mucho menor de enfermedades cardiovasculares de lo que cabría esperar. Se constató que en estas poblaciones la sangre era particularmente rica en los ácidos grasos omega 3 EPA y DHA. De hecho, estos ácidos modifican positivamente una amplia variedad de factores de riesgo, como los triglicéridos en sangre, la presión arterial y los marcadores de inflamación. Entre los resultados prácticos cabe destacar el mejor flujo sanguíneo y la menor acumulación de placas ateroscleróticas. Estos beneficios se han confirmado en un metanálisis muy extenso que examinó los datos de 16 estudios y 422 000 participantes (1). Los ácidos grasos omega 3 marinos también se han utilizado como tratamiento en pacientes con enfermedades cardiovasculares (ECV). Se cree que los mecanismos subyacentes que se activan aquí son diferentes de los mencionados en prevención primaria. Estos mecanismos pueden resumirse en la disminución de la frecuencia y la variación del latido cardiaco, la menor agregación plaquetaria (y, por lo tanto, la mejora del flujo sanguíneo) y, por último, la remisión de la inflamación, incluida la estabilización de las placas ateroscleróticas existentes. Un clásico estudio extenso positivo fue el ensayo GISSI-Prevenzione realizado en Italia, en el que la ingesta diaria de 885 mg de EPA y DHA durante 1 año redujo significativamente la mortalidad en pacientes con enfermedades cardiovasculares (2).

A pesar de los numerosos ensayos prometedores con complementación de EPA/DHA, algunos de los estudios más recientes realizados en los últimos años no han podido reproducir los resultados positivos anteriores. Como consecuencia, los metanálisis basados principalmente en estas últimas publicaciones que han excluido los ensayos positivos anteriores (por ejemplo, el GISSI), han concluido que los aceites de pescado no tienen ningún efecto protector para las ECV (3). En muchos de estos ensayos recientes, los pacientes ya registraban niveles sanguíneos relativamente elevados de EPA y DHA y se estaban tratando con un cóctel farmacéutico. En estas circunstancias, no puede sorprender que la complementación con aceite de pescado mostrara un efecto insignificante, agravado por el hecho de que muchos de los estudios contaban con un número pequeño de participantes y dosis relativamente bajas de EPA y DHA. Resulta alentador que, cuando se realiza un metanálisis con los datos reunidos en las últimas décadas, aun incluyendo los recientes estudios “nulos”, todavía se observa una impresionante disminución de ataques cardiacos y muerte súbita con la ingesta de EPA y DHA (4).

En 2013, un estudio captó la atención mundial al sugerir que hay una relación entre la ingesta de omega 3 de origen marino y la incidencia del cáncer de próstata (5). Este estudio de casos y cohortes examinó la asociación entre los ácidos grasos fosfolipídicos en plasma y el riesgo de cáncer de próstata entre los participantes del estudio SELECT (Selenium and Vitamin E Cancer Prevention Trial, estudio de prevención del cáncer con selenio y vitamina E). Se evaluó la incidencia del cáncer de próstata en relación con los ácidos grasos séricos individuales calculando los cocientes de riesgos instantáneos a través del modelo estadístico de riesgos proporcionales de Cox. A continuación, se utilizó el modelo para producir datos que parecieron mostrar un incremento drástico del riesgo. Sin embargo, es cuestionable que este modelo fuera el apropiado para esta circunstancia. El estudio SELECT en sí no estaba diseñado específicamente para examinar la relación exacta entre la ingesta de ácidos grasos omega 3 y el cáncer de próstata. El análisis pormenorizado de los datos revela que la media de ácidos grasos omega 3 en plasma era del 4,66 % en el grupo con cáncer frente al 4,48 % en el grupo de control, una diferencia de tan solo un 0,18 %. Por lo tanto, parece probable que las drásticas conclusiones de este estudio se debieran al sobredimensionamiento de un modelo estadístico dudoso. Finalmente, si los resultados fueran ciertos, el cáncer de próstata sería galopante en cualquier país con un consumo elevado de pescado y marisco (Escandinavia, Japón, etc.) y, por el contrario, bajo en países sin litoral. Huelga decir que no hay pruebas en este sentido.

Un análisis más reciente examinó los datos de siete estudios prospectivos para buscar una relación entre los ácidos grasos en sangre y la incidencia del cáncer de próstata (6). Aunque los resultados mostraron un riesgo de cáncer de próstata ligeramente superior con un consumo elevado de EPA, los autores indicaron que no pudieron establecer una relación causa-efecto y, de hecho, en su conclusión afirmaron que “no hay pruebas fehacientes de que los ácidos grasos en sangre sean indicadores importantes del riesgo de cáncer de próstata”. Como parte de una encuesta pública sobre la generalización del uso de aceite de alga, rico en DHA y EPA, en 2014 se solicitó a la Comisión técnica científica de productos dietéticos, nutrición y alergias (comisión NDA) de la Autoridad europea de seguridad alimentaria (EFSA) que analizara la posible relación entre los ácidos EPA y DHA y la incidencia del cáncer de próstata. La comisión concluyó que, basándose en las pruebas científicas disponibles, no había fundamentos para establecer dicha relación (7).

Los últimos estudios científicos han analizado cómo influyen los ácidos grasos omega 3 marinos en la reducción y ralentización de la proliferación de células cancerosas (8, 9). Hay estudios que parecen mostrar beneficios en la complementación con ácidos grasos omega 3 marinos para el cáncer colorrectal, de mama e incluso de próstata. En la mayoría de estos estudios, la complementación parece mejorar la eficacia de la radio y la quimioterapia en curso. Sin embargo, los resultados no son sistemáticos y es necesario seguir trabajando en ello (10). También parece que los pacientes en fases avanzadas de la enfermedad pueden mejorar su calidad de vida con los complementos de omega 3 marino porque reducen la pérdida muscular (caquexia) y mejoran el apetito. Una reciente revisión de la bibliografía concluye que el tratamiento de pacientes de cáncer con una dosis diaria de al menos 1 g de EPA y 0,8 g de DHA puede mejorar la eficacia de la quimioterapia y reducir la aparición de algunas complicaciones secundarias (11)».

Basado en: Calder P.C. Very long chain omega-3 (n-3) fatty acids and human health. European Journal of Lipids Science and Technology. 2014; 116:1280–1300.

REFERENCIAS

  1.  Chowdhury R. et al., Association of dietary, circulating, and supplement fatty acids with coronary risk: A systematic review and meta-analysis. Ann. Intern. Med. 2014; 160:398–406.
  2.  Marchioli R. et al., Early protection against sudden death by n-3 polyunsaturated fatty acids after myocardial infarction: Time-course analysis of the results of the Gruppo Italiano per lo Studio della Sopravvivenza nell'Infarto Miocardico (GISSI)-Prevenzione. Circulation. 2002; 105:1897–1903.
  3.  Rizos E. C. et al. Association between omega-3 fatty acid supplementation and risk of major cardiovascular disease events: A systematic review and meta-analysis. J. Am. Med. Assoc. 2012; 308:1024–1033.
  4.  Wen Y. T. et al. Effects of omega-3 fatty acid on major cardiovascular events and mortality in patients with coronary heart disease: A meta-analysis of randomized controlled trials. Nutr. Metab. Cardiovasc. Dis. 2014; 24:470–475.
  5.  Brasky T. M. et al. Plasma Phospholipid Fatty Acids and Prostate Cancer Risk in the SELECT Trial, JNCI J Natl Cancer Inst. 2013; 105(15):1132–1141.
  6.  Crowe F. L. et al. Circulating Fatty Acids and Prostate Cancer Risk: Individual Participant Meta-Analysis of Prospective Studies. J Natl Cancer Inst. 2014; 106(9).
  7.  EFSA Panel on Dietetic Products, Nutrition and Allergies (NDA), Scientific Opinion on the extension of use for DHA and EPA-rich algal oil from Schizochytrium as a Novel Food Ingredient. EFSA Journal. 2014; 12(10):3843.
  8.  Gleissman H. et al. Omega-3 fatty acids in cancer, the protectors of good and the killers of evil? Exp. Cell Res. 2010; 316:1365–1373.
  9.  Merendino N. et al. Dietary omega-3 polyunsaturated fatty acids DHA: A potential adjuvant in the treatment of cancer. BioMed. Res. Int. 2013; 310186.
  10.  Gerber M. Omega-3 fatty acids and cancers: A systematic update review of epidemiological studies. Brit. J. Nutr. 2012; 107(Suppl 2):2228–2239.
  11.  Vaughan V. C. et al. Marine polyunsaturated fatty acids and cancer therapy. Brit. J. Cancer. 2013; 108:486–492.

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