OPINIÓN EXPERTA
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"Los ácidos grasos omega-3 son una familia de ácidos grasos poliinsaturados de origen natural. La familia de omega-3 incluye los ácidos alfa-linolénico (ALA), eicosapentaenoico (EPA) y docosahexaenoico (DHA). Estos ácidos grasos tienen diferentes estructuras, diferentes fuentes dietéticas y diferentes funciones, pero todos están metabólicamente relacionados entre sí. El ALA no puede ser sintetizado por los animales, incluyendo a los seres humanos, pero sí es sintetizado por las plantas (especialmente las semillas de linaza). El organismo humano puede convertir el ácido ALA en EPA y DHA, aunque el grado de esta conversión, sobre todo a DHA final, parece ser bastante pobre, podría ser mayor en las mujeres que en los hombres y es posible que esté determinado, en parte, genéticamente (1). Un mayor consumo de ALA puede aumentar la cantidad de EPA en la sangre y en las células sanguíneas. Sin embargo, la conversión de ALA en EPA disminuye si la ingesta de ácido linoleico omega-6 (LA) es alta, debido a la competencia metabólica entre estos dos ácidos grasos. El EPA y el DHA están presentes en los mariscos y, en mayores cantidades, en pescados ‘azules’ o ‘grasos’ como el salmón, la caballa y las sardinas. En caso de no consumir una cantidad significativa de pescado azul, el ALA es la principal grasa omega-3 en la dieta; las personas adultas en el Reino Unido consumen por regla general aproximadamente un gramo de ALA cada día, lo que representa alrededor del 90% de los ácidos grasos omega-3 en los alimentos. La ingesta de ácido linoleico omega-6 es unas diez veces mayor.
En las personas que no consumen pescado, es probable que la ingesta de EPA y DHA sea inferior a 0,1 gra-mos al día. Una comida de pescado azul proporciona entre 1 y 3 gramos de EPA+DHA, dependiendo del tipo de pescado, por lo que comer pescado azul puede aumentar en gran medida la dosis de EPA y DHA. De ahí que los consumidores regulares de pescado posean una mayor concentración de estos dos ácidos grasos en la sangre, las células sanguíneas y los tejidos, en comparación con las personas que no comen pescado. En el Reino Unido, menos del 25% de los adultos consume regularmente pescado azul (2). Los suplementos de aceite de pescado suministran EPA y DHA, lo cual representa aproximadamente un tercio de los ácidos grasos en una cápsula normal de aceite de pescado. Por consiguiente, una cápsula estándar de 1 gramo proporcionaría alrededor de 0,3 gramos de EPA+DHA. Hay ‘aceites de pescado’ con un mayor contenido de EPA y DHA y un preparado farmacéutico de omega-3 altamente concentrado que suministra aproximada-mente un 90% de EPA+DHA. Los suplementos de aceite de pescado pueden aumentar considerablemente el aporte de EPA y DHA. Por ello, las personas que utilizan regularmente tales suplementos tienen una mayor concentración de estos dos ácidos grasos en la sangre, las células sanguíneas y los tejidos que aquellas que no consumen suplementos ni pescado. En lo que se refiere a la salud humana, el EPA y el DHA son los ácidos grasos omega-3 más importantes, si bien el ALA también es importante para quienes no consumen EPA preformado a partir del pescado o los suplementos.
El interés por los beneficios de las grasas omega-3 en la salud se remonta a estudios epidemiológicos reali-zados entre los inuit de Groenlandia, donde se observó una tasa muy baja de mortalidad por enfermedades coronarias atribuible a su elevado consumo de EPA y DHA a partir de focas, ballenas y pescado. Esta aso-ciación se ha confirmado asimismo entre los japoneses y en todo el rango de consumo habitual de las poblaciones occidentales (3). El efecto cardioprotector de los ácidos EPA+DHA se explica por la alteración beneficiosa del perfil de los factores de riesgo cardiovascular, como los triglicéridos en suero, la presión arterial, la disfunción endotelial, la inflamación y la trombosis (4). La eficacia del EPA+DHA en la reducción de los triglicéridos en suero es tal que algunas formulaciones se comercializan como fármacos hipotrigliceri-demiantes. Es muy probable que la mejora en el perfil de riesgo de enfermedades cardiovasculares derivada del aumento del consumo de EPA+DHA retarde o limite el proceso de aterosclerosis, es decir, la acumulación de placa grasa en las paredes de los vasos sanguíneos. No obstante, unos pocos ensayos de prevención secundaria han demostrado que el EPA+DHA reducen los casos de mortalidad, especialmente aquellos debidos a un infarto de miocardio, en personas con aterosclerosis avanzada (5). Este hecho ha llamado la atención sobre los efectos del EPA y el DHA en la electrofisiología de las células cardiacas y en la estabilidad de la placa aterosclerótica como posibles mecanismos que influyen en personas que padecen una enferme-dad. Algunos ensayos recientes no han logrado reproducir los efectos protectores sobre la mortalidad del EPA+DHA documentados previamente; la razón de ello no está clara, aunque podría estar relacionada con ciertas diferencias significativas entre los ensayos recientes y los anteriores y algunos fallos en el diseño de los primeros (6).
Los ácidos grasos omega-3 tienen propiedades antiinflamatorias que podrían ser de utilidad en el tratamiento de algunas enfermedades crónicas en las que la inflamación forma parte de la patología (7). El efecto antiin-flamatorio del EPA+DHA proviene de su capacidad de interferir con la producción de eicosanoides proinfla-matorios (prostaglandinas y leucotrienos) derivados del ácido araquidónico omega-6 (AA). Por otra parte, el EPA produce eicosanoides que son generalmente débiles, mientras que las resolvinas formadas a partir de EPA y DHA y las protectinas derivadas de DHA parecen ser agentes antiinflamatorios muy potentes. Por lo tanto, un aumento de la exposición a los ácidos EPA y DHA genera un entorno que, además de ser menos inflamatorio, favorece la resolución de la inflamación.
Algunas zonas del cerebro y del ojo presentan concentraciones muy altas de DHA. Éste desempeña funcio-nes específicas en la estructura de la membrana y permite la acción de mecanismos apropiados de señali-zación, por ejemplo, cuando el ojo recibe un estímulo visual. Dado que el cerebro y los ojos se desarrollan en una fase temprana de la vida, es esencial que el bebé reciba suficiente DHA de la madre antes del nacimiento (a través de la placenta) y después del nacimiento (a través de la leche materna) con el fin de optimizar la función visual y neurológica (8). Existen algunas evidencias de que la importancia de las grasas omega-3 en aspectos de la función cerebral va más allá de estos primeros aspectos fundamentales del desarrollo. Por ejemplo, un reducido número de estudios ha puesto de manifiesto el potencial de los ácidos grasos omega-3 para contribuir a un mayor desarrollo mental (9) y una mejora del aprendizaje y la conducta durante la niñez (10) así como para reducir la carga de enfermedades psiquiátricas en los adultos (11), si bien estas siguen siendo áreas de acción que requieren más apoyo científico. Los ácidos grasos omega-3 y el DHA en particular, también podrían tener una función en la prevención de la enfermedad neurodegenerativa asociada al envejecimiento (12).
Otra de las áreas en las que los ácidos grasos omega-3 podrían tener un papel importante es el apoyo nutricional, ya sea enteral o parenteral. Los lípidos utilizados tradicionalmente en el apoyo nutricional se basan en el aceite de soja, rico en el ácido graso LA (omega-6). Una alternativa más eficaz a este método sería la sustitución parcial del aceite de soja por aceite de pescado. El aceite de pescado por vía parenteral ha demostrado beneficios en recién nacidos con insuficiencia hepática, en adultos sometidos a operaciones (principalmente gastrointestinales) y, de acuerdo con algunos estudios, en adultos con enfermedades críticas (13). El aceite de pescado se ha incluido en varias fórmulas enterales en combinación con otros nutrientes. Estas fórmulas tienen beneficios en pacientes post-operados, pacientes con sepsis leve o trauma y pacientes con síndrome de distrés respiratorio agudo, lesión pulmonar aguda o sepsis grave (13).
Se están realizando importantes avances en la comprensión de los efectos de los ácidos grasos omega-3 y los mecanismos de acción involucrados (14). Es probable que en los próximos años veamos progresos significativos en este campo gracias a la identificación de nuevos efectos y un mayor entendimiento de los efectos ya existentes”.
Basado en: Calder P. C. Omega-3 fatty acids in health and disease: the science behind the headlines. NHD Magazine. 2013; 83:18-19.
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