Vitaminas
La vitamina B1 (tiamina) es indispensable para la función del sistema nervioso. La deficiencia de tiamina es la causa de la enfermedad del beriberi, que se caracteriza por la presencia de fatiga, letargo y trastornos del corazón, la circulación, los nervios y los músculos. Además, el déficit de tiamina provoca pérdida de memoria y una enfermedad degenerativa del cerebro (síndrome de Wernicke-Korsakoff) en pacientes alcohólicos. Este hecho ha llevado al uso rutinario de tiamina intramuscular y oral en el tratamiento del alcoholismo (1).
Aunque hay pruebas de que la vitamina B6 (piridoxina) ayuda a combatir la depresión en mujeres premenopáusicas, no se ha demostrado su eficacia general en el tratamiento de la depresión, pese a que en estudios transversales esta se ha asociado con unos niveles séricos bajos de vitamina B6 (2). La vitamina B6 parece ser eficaz en el tratamiento de ciertos trastornos del movimiento (discinesias tardías) que pueden aparecer como posible daño tras un uso prolongado de antipsicóticos. En un ensayo clínico de 26 semanas de duración se trató a pacientes hospitalizados con esquizofrenia o trastorno esquizoafectivo y discinesias tardías bien con vitamina B6 (1200 mg/día) o un placebo. Los pacientes que recibieron la vitamina B6 mostraron una mayor reducción de las discinesias en comparación con el grupo de placebo (3).
Numerosos estudios proporcionan evidencia de una correlación entre la deficiencia de ácido fólico y las enfermedades mentales (4). Se han constatado unas concentraciones séricas bajas de ácido fólico especialmente en pacientes con depresión que no reciben tratamiento y personas deprimidas tratadas con antidepresivos que no han logrado una suficiente mejoría (5). Pese a los numerosos informes existentes sobre la relación entre la deficiencia de ácido fólico y la depresión, sólo unos pocos ensayos clínicos han investigado el efecto de un tratamiento único de la depresión con ácido fólico. La mayoría de los estudios sobre este tema utilizan suplementos multivitamínicos conteniendo ácido fólico. Hasta la fecha se han publicado un total de 12 ensayos clínicos con ácido fólico o la forma biológica activa metiltetrahidrofolato (5-MTHF) como tratamiento único o terapia coadyuvante en pacientes deprimidos. Todos ellos han coincidido en las ventajas antidepresivas del ácido frente al placebo o un efecto equiparable al de un antidepresivo (6). La dosis utilizada en el tratamiento con ácido fólico fue de entre 200 μg/día y 50 mg/día. En general, el tratamiento con una dosis diaria de 400 μg de ácido fólico o 50 mg de 5-MTHF como complemento a un antidepresivo (inhibidor de la recaptación de serotonina) parece ser el más eficaz.
La deficiencia de ácido fólico y vitamina B12 son frecuentes en la población de mayor edad. El déficit de estas dos vitaminas se ha asociado con unas concentraciones más altas de homocisteína (tHcy) y una disminución del rendimiento cognitivo (7). Se cree que unos niveles altos de tHcy son perjudiciales para los vasos sanguíneos y las neuronas y, por lo tanto, pueden contribuir al desarrollo de demencia. La mayor parte de los estudios sobre la administración de ácido fólico como prevención o tratamiento de la demencia han utilizado una combinación de ácido fólico, vitamina B6 y vitamina B12. Aunque la terapia con esta mezcla demostró ser efectiva en la mayoría de los casos para reducir los niveles de tHcy, los resultados de los estudios fueron inconsistentes en cuanto al efecto del ácido fólico en las funciones mentales y sensomotoras. Los pacientes que más parecen beneficiarse de este tipo de tratamiento son aquellos que padecen deterioro cognitivo leve (DCL) y formas leves de la enfermedad de Alzheimer (6). La deficiencia de vitamina B12 también se ha descrito en otros trastornos psiquiátricos como la depresión, el trastorno bipolar, el trastorno de pánico, la esquizofrenia y las fobias (8). Si bien los estudios muestran que unos niveles plasmáticos bajos de vitamina B12 están asociado con síntomas depresivos (9) o que unos niveles altos de vitamina B12 guardan relación con un mayor éxito del tratamiento (10), un ensayo controlado aleatorizado realizado durante dos años no ha demostrado ningún efecto de la administración de vitamina B12 en la gravedad y la incidencia de los síntomas de depresión (11).
La deficiencia de vitamina D durante el desarrollo del cerebro podría tener una relación causal con el desarrollo posterior de esquizofrenia o de un trastorno del espectro autista: en estudios preclínicos, el déficit de vitamina D provocó una alteración de la diferenciación de las neuronas, de la conectividad entre neuronas individuales y de la función de los sistemas neuronales que producen dopamina y la utilizan como neurotransmisor (2). En un estudio llevado a cabo con 104 adolescentes con enfermedades mentales graves se demostró que el 34 % de ellos presentaban una deficiencia de vitamina D (12). Un estudio transversal realizado con más de 12 500 adultos de atención primaria mostró una asociación entre unos niveles altos de vitamina D y un menor riesgo de depresión (13). Varios ensayos clínicos han puesto de manifiesto los efectos positivos de la vitamina D en el tratamiento de la depresión. Pese a todo, actualmente no ha suficiente evidencia científica que justifique la administración de vitamina D en todos los casos de pacientes con depresión. Sí hay pruebas de que la vitamina D podría ser de especial utilidad para tratar la depresión invernal (trastorno afectivo estacional) (14) en adolescentes que no realizan regularmente actividades al aire libre (2) y personas mayores de 65 años. Por otra parte, un mayor consumo de vitamina D parece estar asociado con un menor riesgo de desarrollar la enfermedad de Alzheimer (15).
Ácidos grasos omega-3
En los últimos años se han realizado numerosos estudios sobre el posible papel de los ácidos grasos omega-3 en la prevención y el tratamiento de los trastornos mentales, especialmente de la depresión (unipolar) y el cambio entre fases de depresión y de manía (trastorno bipolar). Los dos ácidos grasos omega-3 que más se han investigado son el ácido eicosapentanoico (EPA) y el ácido docosahexanoico (DHA), que se encuentran principalmente en el pescado y los productos derivados del mismo. Las hipótesis sobre el mecanismo de acción de los ácidos grasos omega-3 van desde su influencia en los receptores de la membrana y la modulación de la transducción de señales por los neurotransmisores (serotonina, noradrenalina y dopamina) hasta la regulación del flujo de calcio en las neuronas, pasando por la influencia en la fluidez y la estabilidad de la membrana (16). En la depresión parecen desempeñar un papel importante los procesos inmunológicos, como una mayor producción de moléculas proinflamatorias (citoquinas) (17) (18). La administración de ácidos grasos omega-3 podría mitigar estos procesos inflamatorios y tener efectos antidepresivos (16).
Una revisión sistemática halló que, entre todas las dietas tradicionales, en la noruega (basada principalmente en el pescado y la carne de venado) y en la mediterránea (con predominio de verduras, ensaladas, frutas, pescado, ajo, aceite de oliva y un vaso diario de vino tinto) había una menor incidencia de depresiones (19). En otra revisión se demostró que la dieta mediterránea también tenía un efecto beneficioso contra la enfermedad de Alzheimer (20). Según este mismo estudio, resultan igualmente beneficiosos contra la demencia el consumo regular de pescado y ácidos grasos insaturados, las actividades sociales y, sobre todo, el entrenamiento cognitivo.
Más de 30 ensayos controlados aleatorizados (ECA) realizados con EPA, DHA o ambos ácidos grasos sugieren efectos antidepresivos y estabilizadores del ánimo, principalmente con el EPA. En un metaanálisis que incluyó los resultados de 15 ECA prospectivos con un total de 916 participantes, se investigó si el EPA es el principal componente activo antidepresivo entre los ácidos grasos omega-3 (21). La mayoría de los resultados de los estudios así lo demostraron cuando se utilizó más del 60 % de EPA en la composición de los ácidos grasos omega-3. El uso de suplementos dietéticos con ácidos grasos omega-3 conteniendo menos del 60 % de EPA resultó ineficaz. El rango de dosis efectiva de EPA en este metaanálisis fue de entre 200 y 2200 mg/día. En pacientes con trastorno bipolar, los ácidos grasos omega-3 parecen ser más eficaces en los episodios depresivos que en los maniacos (16, 22). Existen estudios más pequeños sobre el efecto de los ácidos grasos omega-3 en otras enfermedades mentales como el trastorno límite de la personalidad, la esquizofrenia, el TDAH, el trastorno obsesivo-compulsivo y el síndrome de Tourette, si bien los resultados son inconsistentes y, a veces, contradictorios (16).
Oligoelementos
El hierro es un elemento imprescindible en la producción de energía, la síntesis del ADN y los neurotransmisores, el recubrimiento de las conexiones entre las neuronas con membranas (mielinización) y el metabolismo de los fosfolípidos (2). La deficiencia de hierro aparece con frecuencia asociada a trastornos del movimiento como, por ejemplo, el síndrome de las piernas inquietas (SPI). El diagnóstico del SPI debido a un déficit de hierro es fácil de pasar por alto, sobre todo en niños con trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), ya que el movimiento de las piernas se puede interpretar erróneamente como un signo de hiperactividad. La deficiencia de hierro es común en niños con TDAH (23). Los estudios sobre la administración de hierro para tratar el SPI no han proporcionado resultados consistentes. El hierro resulta aparentemente más eficaz contra el SPI cuando la deficiencia está provocada por unos niveles bajos de ferritina (24). Este parece ser también el caso con el TDAH, como ha demostrado un ECA realizado con niños con unos niveles bajos de ferritina en suero. En este ensayo, la administración de suplementos de hierro en una dosis de 80 mg/día dio lugar a una reducción de los síntomas de TDAH (25). Como consecuencia de una anorexia, suele aparecer anemia por deficiencia de hierro. En este caso está indicada la suplementación con hierro (26).
El zinc es importante para la regulación de la respuesta inmunitaria, el metabolismo energético y la acumulación de insulina. Además influye en la síntesis de proteínas, la transcripción del ADN y el metabolismo de los neuromoduladores y los neurotransmisores (2). Varios estudios han sugerido una asociación entre los niveles de zinc y los trastornos mentales con manifestaciones extremas en el ánimo y la motivación (trastornos afectivos). Una revisión sistemática identificó cuatro ensayos controlados aleatorizados (ECA) llevados a cabo con pacientes depresivos (27). En dos de estos estudios, se demostró que la administración de zinc junto con un antidepresivo en una dosis de 7–25 mg/día tuvo un efecto positivo en comparación con el placebo. Los otros dos estudios eran estudios de prevención con individuos psíquicamente sanos en los que no se observó ningún efecto en la salud mental o en la prevención de la aparición de una depresión. Asimismo, el zinc puede influir en el TDAH: en dos ECA en los que se administró zinc como terapia única o coadyuvante en una dosis de 15–150 mg/día, este pudo reducir significativamente la hiperactividad y la impulsividad, pero no el déficit de atención (28). También existen estudios con zinc en el tratamiento de la demencia y la disfunción sexual, si bien estos no han aportado resultados concluyentes (2).
El cobre es necesario para la síntesis de la dopamina y la noradrenalina (2). Un estudio reveló que aproximadamente el 23 % de los niños con TDAH presentan una deficiencia de cobre (29). No obstante, la pregunta de si el cobre se utilizará en el futuro para el tratamiento de este trastorno no se puede responder a la luz del estado actual de la investigación.