«Según los resultados de la investigación básica, los estudios epidemiológicos indican un efecto protector de varias clases de nutrientes frente al deterioro cognitivo y el riesgo de demencia (1, 2), principalmente los ácidos grasos poliinsaturados omega 3 de cadena larga (AGPI n-3) (3, 4), las vitaminas C y E (5), los carotenoides (6) y las vitaminas del grupo B (7), aunque también hay datos discordantes. Pueden citarse numerosos mecanismos subyacentes que respaldan la verosimilitud biológica del efecto protector de estos nutrientes frente al envejecimiento cerebral: su importancia para la composición y el funcionamiento del cerebro, la neurogénesis del hipocampo, la limitación de la acumulación del péptido beta amiloide, la reducción del estrés oxidativo y la inflamación, y la disminución de la concentración de homocisteína y sus repercusiones vasculares. No obstante, hasta ahora los efectos para la cognición de la mayoría de los ensayos clínicos aleatorizados (ECA) con complementos nutricionales han sido decepcionantes.
Se han llevado a cabo ECA con complementos nutricionales para la prevención primaria o secundaria de la demencia o para el tratamiento de pacientes con enfermedad de Alzheimer entre leve y moderada. Algunos no han logrado demostrar ningún impacto significativo en la cognición, bien por incluir a participantes sanos que no sufrieron deterioro durante los pocos meses del ensayo o, por el contrario, a personas con Alzheimer cuya enfermedad era probablemente demasiado grave como para esperar un efecto significativo de la alimentación. Pocos estudios se han concentrado específicamente en la fase de deterioro cognitivo leve. Por lo tanto, es de la máxima importancia identificar a las personas más susceptibles de beneficiarse de la complementación nutricional (8). En su definición estricta, la prevención primaria tiene lugar antes del desarrollo de la enfermedad, es decir, antes de que aparezcan síntomas de neurodegeneración en el caso del Alzheimer. Una dieta saludable en la juventud podría contribuir a mejorar la reserva cerebral. Sin embargo, el efecto de las intervenciones dirigidas a esta población en el rendimiento cognitivo a edad avanzada es evidentemente imposible de demostrar, por lo que la prevención primaria y la prevención secundaria de la demencia no pueden disociarse. No obstante, el deterioro cognitivo es un episodio relativamente tardío en el curso de la enfermedad, y se calcula que el beta amiloide, sello distintivo del Alzheimer, se acumula considerablemente en el cerebro durante cerca de 15 años antes de alcanzar el nivel en el que aparecen los primeros síntomas clínicos. Este intervalo de 15 años podría constituir una oportunidad importante para la prevención secundaria, especialmente con intervenciones nutricionales. Dado que en esta fase la mayoría de las pruebas neuropsicológicas no indican discapacidades específicas, el mejor momento para los ECA con complementos nutricionales podría identificarse con los biomarcadores de avance de la enfermedad. Entre ellos se incluyen la atrofia cerebral medida con imágenes de resonancia magnética, el deterioro del metabolismo cerebral de la glucosa y el estudio de la acumulación de beta amiloide por tomografía de emisión de positrones.
A diferencia de los ECA con fármacos, antes de la complementación los participantes de las intervenciones nutricionales no presentan un nivel basal nulo del nutriente que va a evaluarse. Muestran una gran variabilidad diaria (intraindividual), en especial de los nutrientes procedentes de alimentos que no se consumen a diario, como el pescado, principal proveedor de EPA y DHA en la dieta. Dependiendo de sus hábitos alimenticios, también registran una gran variabilidad interpersonal. Probablemente es inútil administrar cantidades adicionales de nutrientes a personas que ya satisfacen sus requisitos diarios con la alimentación y quizá sea incluso perjudicial cuando se sobrepasa el nivel máximo de ingesta admisible. Los criterios de inclusión deberían basarse en criterios nutricionales, como la baja ingesta de EPA o DHA (9-11) o un nivel bajo de AGPI n-3 de cadena larga en sangre (4).
Todavía no se conocen bien las interacciones entre la genética y la alimentación. El alelo épsilon 4 del gen de la apolipoproteína E (APOE4), principal factor de riesgo genético de Alzheimer, lleva asociada una menor respuesta sanguínea a la complementación con AGPI n-3 o al consumo de pescado. Además, algunos estudios epidemiológicos y ECA han demostrado que los portadores de APOE4 no experimentan mejoras cognitivas con los complementos de AGPI n-3 ni el consumo de pescado (12). Hay otros factores genéticos de riesgo de Alzheimer relacionados con el metabolismo lipídico que también podrían interaccionar con los AGPI n-3 de la alimentación (13). Hace falta investigar más para identificar mejor estas interacciones antes de considerar las características genéticas como un criterio de inclusión en los ECA con complementos nutricionales.
La imposibilidad de demostrar efectos en el rendimiento cognitivo de la mayoría de los ECA con complementos nutricionales puede deberse en parte a la falta de sensibilidad de los resultados seleccionados para cambiar en un periodo de tiempo relativamente corto. Además de los criterios tradicionales basados en el deterioro cognitivo y funcional, los biomarcadores podrían contribuir a aportar pruebas del impacto de los nutrientes y arrojar nueva luz sobre sus mecanismos de acción. Pocos ECA con complementos nutricionales tienen como objetivo los biomarcadores de la progresión de la enfermedad (por ejemplo, la neurodegeneración). Estos biomarcadores podrían ser más sensibles y captar cambios tempranos en el curso de la enfermedad que aún no se traducen en mejoras del rendimiento cognitivo. Para los ECA también pueden proponerse muchos biomarcadores de los posibles mecanismos de acción de los nutrientes. Entre ellos figuran principalmente las medidas de inflamación, estrés oxidativo y homocisteína y los marcadores de resistencia a la insulina.
A pesar de los decepcionantes efectos en la cognición de las intervenciones nutricionales realizadas hasta ahora, hay un margen considerable de mejora y una mayor cantidad de datos contrastados sobre el vínculo entre la nutrición y el deterioro cognitivo en las personas mayores. Los ensayos con complementos nutricionales deberían utilizar los biomarcadores de progresión de la enfermedad en sus criterios de inclusión y resultados, como hacen los ECA con fármacos. El progreso de la genética y las tecnologías «ómicas» también ofrecerá nuevas oportunidades de investigación en este campo.
Basad en: Barberger-Gateau P. Nutrition and brain aging: how can we move ahead? European Journal of Clinical Nutrition. 2014; 68:1245–1249.