Dr. Martha Clare Morris y Dr. Christine C. Tangney, Department of Internal Medicine and Department of Clinical Nutrition, Rush University Medical Center, Chicago, Illinois, EE. UU.
“¿Cómo deben los ciéntíficos, los médicos y la población general interpretar los muchos ensayos aleatorizados controlados sobre los suplementos con vitaminas que no han aportado resultados? Normalmente, en estos ensayos se utilizan los hallazgos positivos de estudios epidemiológicos y de pruebas de laboratorio sobre los mecanismos biológicos. Existe la opinión extendida de que los hallazgos negativos de los ensayos aleatorizados controlados prueban de forma indiscutible que los nutrientes no están relacionados con las enfermedades y que los estudios epidemiológicos son parciales. Hay una explicación alternativa que sostiene que la mayoría de los ensayos aleatorizados controlados con suplementos de vitaminas han sido diseñados para probar la hipótesis de que la suplementación, sea cual sea el nivel de los nutrientes, es preventiva. Es posible que el tratamiento con vitaminas no sea efectivo en estos ensayos porque el consumo de nutrientes de los participantes se encuentra ya en niveles óptimos (1).
Uno de los principios básicos de la nutrición es que la mayoría de los nutrientes guardan una relación no lineal y en forma de U invertida con el funcionamiento fisiológico óptimo. Los niveles muy bajos de nutrientes en la dieta o los tejidos dan lugar a un funcionamiento fisiológico mermado o incluso la muerte. Conforme aumentan los niveles de nutrientes, aumenta el funcionamiento fisiológico. El funcionamiento óptimo se da con un amplio rango de nivel de nutrientes pero alcanzado cierto punto, los niveles se vuelven tóxicos y dan lugar a un funcionamiento fisiológico por debajo del óptimo.
El cálculo de los niveles de nutrientes es muy importante para obtener pruebas epidemiológicas. Por ejemplo, de los tres primeros estudios epidemiológicos prospectivos sobre la relación de los antioxidantes en la dieta y el riesgo de padecer la enfermedad de Alzheimer, dos hallaron relación entre un elevado consumo de vitamina E obtenida de los alimentos y un menor riesgo de enfermedad (2,3). El otro estudio no halló ninguna relación (4). Un análisis detallado de los niveles de consumo de la población de estos estudios reveló que el consumo de vitamina E era muy bajo en el estudio que no produjo resultados (máx.
4,7 mg/día), mientras que la mediana de los niveles de consumo de los otros dos estudios era bastante más alta (mín. 10,5 mg/día). Por lo tanto, una posible explicación al hecho de que los estudios no hallaran ninguna relación sería que el rango de consumo de vitamina en la población del estudio se encontraba por debajo del nivel que produce beneficios preventivos.
Los niveles de los nutrientes casi nunca se tienen en cuenta en los criterios de inclusión de los ensayos. Además, normalmente los voluntarios de los ensayos son sujetos que intentan tener hábitos saludables y es poco probable que hagan un bajo consumo de nutrientes. Lo más probable es que los niveles de consumo ya se encuentren en los niveles que propician un funcionamiento óptimo y que una mayor suplementación no produzca beneficios adicionales. Algunos ensayos que examinaron el efecto de la suplementación de la vitamina E en la cognición no obtuvieron resultados (5,6). Por lo tanto, es importante señalar que ninguno de estos ensayos trató con sujetos que tuvieran un bajo consumo diario. Posteriores análisis demostraron que entre las mujeres cuyo consumo de vitamina E era bajo al comienzo del ensayo (por debajo de la mediana de consumo de 6,1 mg/día), el tratamiento con vitamina E de 435 mg cada dos días ralentizó de forma significativa la tasa de deterioro cognitivo en comparación con el grupo de placebo, mientras que no se encontraron beneficios en las mujeres cuyo consumo al comienzo del estudio ya era alto (por encima de
6,1 mg/día) (5). El análisis de otro estudio demostró que se permitió a los participantes del ensayo tomar suplementos de multimitavinas que contenían concentraciones de micronutrientes tan altas como los niveles recomendados por el consumo de referencia alimenticio (15 mg/día) (6).
Algunos ensayos aleatorizados controlados ya publicados y otros que se están llevando a cabo sobre los efectos del ácido docosahexaenoico (un ácido esencial omega-3 del aceite de pescado) en el deterioro cognitivo y la demencia tienen el mismo defecto de diseño. Los ensayos publicados no mostraron resultados. Los criterios de exclusion de estos ensayos, como mucho, descartaron a los sujetos que consumían pescado más de tres veces por semana (7,8). Este nivel está muy por encima del nivel que proporciona una sola ración por semana, nivel asociado a un menor riesgo de demencia en la mayoría de los estudios epidemiológicos prospectivos.
En un raro ejemplo de ensayo con suplementos de vitamina se trató con individuos con un consumo de ácido fólico insuficiente. Los participantes fueron seleccionados aleatoriamente para recibir 800 μg/día de ácido fólico o placebo durante tres años (9). Durante este periodo, los niveles de ácido fólico de los sujetos tratados aumentaron de forma significativa y descendió la concentración de homocisteína. Los participantes tratados con ácido fólico experimentaron un proceso de deterioro de la función cognitiva considerablemente más lento que el grupo del placebo, según mostraron diferentes pruebas.
Los ensayos clínicos son caros pero fundamentales para corroborar los efectos de los nutrientes en la salud. La salud pública podría beneficiarse de los ensayos realizados, al principio, con sujetos con insuficiencia de consumo; y si resultan efectivos, en sujetos con niveles de consumo adecuados.”
Chicago, EE. UU., abril de 2011