“Los cambios en la dieta y en el estilo de vida pueden contribuir a prevenir la enfermedad cardiovascular ( prevención primaria) y la evolución de la enfermedad en gente que ya ha tenido síntomas o ha sido diagnosticada como población de alto riesgo ( prevención secundaria). Debido a la naturaleza multifactorial de la enfermedad cardiovascular (ECV), no es posible identificar a todas las personas que pertenecen a grupos de alto riesgo y además, el riesgo no solo se limita a la gente de dichos grupos. De hecho, la carga total de la enfermedad cardiovascular ocasionada por aquellos con un nivel moderado de factores de riesgo es mayor que la carga total ocasionada por aquellos que tienen un riesgo mayor (1). La potencialidad de salvar vidas y prevenir la enfermedad es mucho mayor si los esfuerzos de prevención se dirigen también a la población en general y no únicamente a aquellos que muestran signos clínicos de enfermedad o factores de riesgo. Mientras que los cambios en la dieta y el estilo de vida son de vital importancia para los individuos con condiciones de enfermedad cardiovascular o que han sido identificados como población de riesgo, es fundamental que los esfuerzos de prevención también se centren en la población en general que no tiene ningún síntoma de ECV.
Los ácidos grasos saturados (SAFA) aumentan el colesterol total y el colesterol LDL en plasma, lo que está estrechamente relacionado con el riesgo de enfermedad cardíaca coronaria (2). Sustituir las grasas saturadas por ácidos grasos poliinsaturados (PUFA) en las sociedades occidentales es la forma más sencilla de reducir el colesterol en suero de la población (3, 4). Los estudios prospectivos también muestran que reemplazar las grasas saturadas por PUFA disminuye el riesgo de mortalidad relacionada con la enfermedad cardiaca coronaria (ECC) (5). El consumo de ácidos grasos omega-3 de cadena muy larga (VLCn-3 PUFA, por sus siglas en inglés) se relacionó con un menor riesgo de mortalidad por ECC y eventos relacionados con la ECC. Los resultados fueron en cierto modo contradictorios, puesto que se observó un aumento del riesgo de muerte por ECC en el grupo con un mayor nivel de PUFA en dieta, mientas que se relacionó un aumento del 5% del consumo de PUFA con la reducción significativa de eventos relacionados con la ECC (6). Los autores debatieron sobre los defectos de este tipo de estudio, en particular los errores de medida, el sesgo de dilución de la regresión, las confusiones, etc. A través de varios artículos recientes se puede llegar a la conclusión de que existen pruebas suficientes de que el consumo de VLCn-3 PUFA en pescado o como suplementos de ácido eicosapentaenoico (EPA) y ácido docosahexaenoico (DHA) reduce el riesgo de muerte por ECC y muerte súbita cardíaca así como de posibles eventos relacionados con la ECC en pacientes con enfermedad cardiovascular (6-10). Un análisis conjunto de estudios prospectivos de cohorte y de estudios clínicos aleatorizados realizados con individuos con ECC mostró una reducción de hasta el 36% del riesgo de muerte por ECC al darse un consumo estimado de 250 mg/d de EPA + DHA. Un consumo más elevado apenas mostró una reducción del riesgo mayor (9). En lo que se refiere al pescado, el consumo de una a dos raciones de pescado (azul) por semana, es decir, aproximadamente entre 250 y 500 mg al día (mg/d) se relacionó con una reducción prácticamente máxima del riesgo (11). En conclusión, existen pruebas suficientes de que el consumo de VLCn-3 PUFA reduce el riesgo de ECC. El estado actual de los hallazgos respalda la recomendación de un consumo mínimo de 250 mg/d de VLCn-3 PUFA como objetivo para la población a fin de prevenir la ECC. Esto equivale a dos raciones de pescado por semana.
Las pruebas de los estudios sistemáticos y los metaanálisis demuestran que comer más fruta y verdura disminuiría el riesgo de enfermedad cardiovascular, en particular de enfermedad cardiaca coronaria y apoplejía. Se ha demostrado que los beneficios del consumo de frutas y verduras es lineal (es decir, cuanto más se consume, mayor es la reducción del riesgo), sin que se haya hallado un límite máximo. La reducción exacta del riesgo, así como la presentación de los resultados, difiere dependiendo del estudio. Sin embargo, parece posible afirmar que el consumo de cinco raciones de fruta o verdura al día produce una reducción del 17-21% del riesgo de ECC (12, 13). Asimismo, esta cantidad de frutas y verduras produce una reducción del riesgo de apoplejía del 25-26% (14). Actualmente aún no está claro cuáles son los mecanismos subyacentes tras estos hallazgos, si son las propiedades antioxidantes (por ejemplo, la vitamina C disminuye la oxidación del LDL y el riesgo de aterosclerosis), el alto contenido de potasio (que disminuye la presión arterial) o de folato (que disminuye las concentraciones de homocisteína en plasma). Tampoco está claro si son las frutas o las verduras las que producen beneficios o si se trata de frutas y verduras específicas. Se necesita tener más información sobre el mecanismo de acción y quizá sobre los beneficios de ciertas frutas y verduras en concreto. Sin embargo, no es necesario esperar a descubrir el mecanismo subyacente para recomendar una dieta rica en frutas y verduras que contribuya a reducir la carga por enfermedad cardiovascular.
Sobre todo en el sur de Europa, se han dado cambios significativos en la calidad nutritiva de las dietas. Dos aspectos resultan especialmente preocupantes: en primer lugar, los posibles cambios en la calidad de las comidas altamente nutritivas, como frutas, verduras, carnes magras y pescado (por ejemplo, los cambios en el tipo de fruta y verdura o los cambios en los perfiles nutritivos de la carne o el pescado). En segundo lugar, los grandes cambios en los patrones de alimentación, especialmente la pérdida de las dietas tradicionales en la zona mediterránea con su relativamente alto consumo de frutas, verduras, aceite de oliva y pescado, y la sustitución de estos por refrescos, dulces, snacks y comida rápida. Un análisis sobre las frutas y verduras que se compran en los hogares españoles en las últimas décadas mostró cambios en los patrones, como un descenso del consumo de verduras de hoja verde y judías verdes, que podrían alterar la calidad nutricional total de la dieta (15). El análisis muestra un declive significativo del consumo medio diario de carotenoides tales como la betacaroteno y el licopeno así como de la luteína y la zeaxantina entre 1990 y 2004. Por otro lado, se asumió que los niveles de carotenoides en cada tipo de fruta y verdura permanecían iguales, aunque existen pruebas que indican que los métodos actuales de cultivo y procesamiento (como los invernaderos, la maduración tras la cosecha, etc.) podrían reducir los niveles de micronutrientes en comparación con otros métodos más tradicionales”.
Basado en: European Heart Network. Diet, physical activity and cardiovascular disease prevention in Europe. November 2011.