Antioxidantes
Entre las enfermedades que se presentan con mayor frecuencia en la vejez se encuentran aquellas que principalmente tienen como base daños oxidativos causados por radicales libres. En altas concentraciones, estos últimos conducen a estrés oxidativo, al daño de los componentes celulares ( membranas, proteínas y ADN) y pueden contribuir al surgimiento de enfermedades crónicas – tales como enfermedades cardiovasculares, aterosclerosis, cáncer, trastornos metabólicos (p. ej. diabetes) –, infecciones y enfermedades neurodegenerativas (p. ej. demencia). Se asume que en la vejez hay una disfunción del sistema de defensa antioxidante del organismo y que los micronutrientes con capacidad antioxidante obtenidos a través de la dieta cobran mayor importancia en la protección frente al estrés oxidativo y con ello en la preservación de la salud. El organismo dispone de una red de mecanismos de protección frente a la oxidación en la cual están involucrados los micronutrientes.
Particular importancia reviste la vitamina E, cuya alta eficacia es complementada por el efecto regenerador de la vitamina C así como por los oligoelementos selenio y zinc. El sistema de defensa antioxidante se ve afectado aun cuando solo uno de estos micronutrientes se encuentra en cantidades insuficientes en las células y los tejidos. La acción sinérgica de las diferentes sustancias antioxidantes puede ser de fundamental importancia para el mantenimiento de la función cerebral, particularmente en la prevención de la demencia (p. ej. del tipo Alzheimer). El muy bajo consumo de antioxidantes podría contribuir, entre otros factores, al deterioro de la capacidad cognitiva (concentración, retención) así como al desarrollo de síntomas depresivos en la vejez (1). Un metaanáliss de varios estudios epidemiológicos reveló que un buen aporte de vitamina E, vitamina C y betacaroteno podría ayudar a reducir el riesgo de desarrollar la enfermedad de Alzheimer (2). En ello, la vitamina E parece ser particularmente eficiente: los datos epidemiológicos indican que un mayor consumo de vitamina E proveniente de los alimentos podría estar relacionado con un menor riesgo de enfermedad de Alzheimer (3). Algunos análisis epidemiológicos han constatado que las determinaciones de las capacidades cognitivas están directamente relacionadas con el nivel sanguíneo de vitamina E y licopeno (4) y que un mayor consumo de vitamina E, bien a través de los alimentos o bien a partir de suplementos nutricionales, está asociado con un menor deterioro de las capacidades cognitivas (5). En un metaanáliss se mostró que la toma de suplementos multivitamínicos podría estar relacionada con un mejor rendimiento de la memoria (6). Diversos estudios han revelado que, tras la administración de compuestos antioxidantes y multivitamínicos, se produce una mejora de los síntomas depresivos (1), del estado de ánimo general y de la resistencia al estrés (7), de las capacidades cognitivas (8) y de la calidad de vida en general (9), precisamente en personas mayores que viven en residencias de ancianos.
Un impresionante ejemplo de interacción entre los diferentes nutrientes con capacidad antioxidante lo representa el sistema de protección de la mácula lútea, la “mancha amarilla” localizada en la retina, cuyos pigmentos xantofílicos dan a la retina, el centro de la visión aguda, una protección solar natural, preservándola de los daños causados por los rayos UV. La mácula se degenera en el transcurso de la vida. La degeneración macular asociada a la edad (DMAE) se desarrolla lentamente y, poco a poco, conduce a la pérdida de la visión aguda y puede conducir también a la ceguera (10). La protección antioxidante sobre todo mediante el mayor consumo de los carotenoides luteína y zeaxantina parece mantener la mácula intacta o contrarrestar su deterioro.
Es posible que la movilidad de las personas mayores también se pueda ver influida por el aporte de carotenoides. En general, en las personas mayores, los bajos niveles sanguíneos aparentemente inciden negativamente en la seguridad o capacidad para caminar (11–13). Por su parte, el bajo aporte de selenio podría afectar la coordinación muscular (14). Una alimentación rica en vitamina C podría mantener la capacidad auditiva en personas mayores (15). El riesgo de desarrollar diabetes mellitus tipo 2 en la tercera edad podría reducirse mediante el aporte suplementario de vitamina C y calcio (16). Los niveles sanguíneos de carotenoides – particularmente betacaroteno, licopeno, luteína y zeaxantina (17) –, selenio, vitamina C, zinc y otros antioxidantes podrían ser predictores independientes de mortalidad en personas mayores (18). Algunos estudios de cohortes mostraron que el suministro selectivo de vitaminas y minerales puede mejorar el aporte de micronutrientes en personas mayores que viven de forma independiente (19). Un ensayo clínico doble ciego, controlado con placebo, reveló que la administración de suplementos multivitamínicos y minerales a personas mayores podría reducir la tasa de infecciones y mejorar la calidad general de vida (20).
Vitamina A, vitamina D y oligoelementos
La función de los micronutrientes en la regulación del sistema inmune proporciona indicios sobre un posible potencial preventivo en la respuesta a procesos inflamatorios e infecciones. En ello tienen una importancia fundamental, además de los antioxidantes, también las vitaminas A y D, de cuyo aporte en cantidades suficientes a menudo carecen las personas mayores (21). La vitamina D parece estar involucrada en numerosas funciones biológicas: en interacción con el calcio, su función es decisiva para el mantenimiento de huesos fuertes y músculos funcionales, y desempeña adicionalmente otras funciones, por ejemplo en la regulación de los procesos inflamatorios (22). Un aporte insuficiente de ésta aumenta el riesgo de inseguridad al caminar, así como de caídas y fracturas, y el riesgo de desarrollar osteoporosis (23). De modo que la salud de las personas mayores con un inadecuado estado nutricional en cuanto al calcio y la vitamina D podría verse beneficiada por el consumo de suplementos nutricionales (24). También la debilidad muscular puede ser favorecida por el insuficiente consumo de magnesio (25).
Los trastornos tiroideos en la tercera edad pueden reducirse mediante la administración de compuestos a base de yodo y selenio (26). Es habitual que los adultos mayores desarrollen anemia asociada a una deficiencia de hierro o de selenio (27), lo cual puede afectar a la movilidad y la calidad de vida y aumentar el riesgo de depresión, demencia y mortalidad (28). A fin de evitar el desarrollo de una anemia por deficiencia de hierro, se recomienda un consumo de 8 mg de hierro al día en adultos mayores (29).
Vitaminas B
Muchas personas mayores presentan también un consumo inadecuado de vitaminas del complejo B, particularmente ácido fólico y vitamina B12. Son precisamente estas vitaminas las que impiden el aumento en grandes cantidades del aminoácido homocisteína producidas en el organismo. Los altos niveles de homocisteína y los bajos niveles en sangre de ácido fólico se han asociado con un alto riesgo de enfermedades cardiovasculares, en especial accidente cerebrovascular, con el deterioro de la función cerebral (30) y con el desarrollo de estados depresivos (31). Los bajos niveles plasmáticos de vitamina B12 y ácido fólico, acompañados de altos niveles de homocisteína, podrían ser indicadores independientes de mortalidad en personas mayores (32).
La deficiencia de vitamina B12 podría contribuir al desarrollo de lesiones de los nervios periféricos y con ello al entumecimiento de las extremidades, dolores, al desarrollo del síndrome de piernas inquietas, dificultades para caminar, alteraciones del equilibrio y deterioro de la calidad de vida (33). Las personas mayores con frecuencia desarrollan un tipo de anemia potencialmente maligna (perniciosa), causada por la deficiencia de vitamina B12. Los resultados de algunos ensayos clínicos aleatorizados revelaron que el consumo adecuado de ácido fólico, vitamina B6 y vitamina B12 podría contrarrestar el deterioro de las capacidades intelectuales en la vejez que conducen a la enfermedad de Alzheimer (34, 35). En un estudio clínico, el grupo de participantes, todos con plenas capacidades intelectuales, de edades comprendidas entre los 50 y los 75 años, se dividió entre quienes recibieron un aporte suplementario de 800 microgramos de ácido fólico al día y quienes recibieron placebo (36). Los participantes que recibieron ácido fólico superaron las pruebas de memoria con mejores resultados que los participantes del grupo del placebo y con iguales resultados que los participantes cinco años más jóvenes. En cuanto a la prueba de procesamiento de información, los participantes que recibieron el aporte selectivo de ácido fólico obtuvieron resultados similares a los obtenidos por los participantes dos años más jóvenes.
Ácidos grasos omega-3
Dadas sus propiedades antioxidantes y antiinflamatorias, el ácido docosahexaenóico (DHA) y el ácido eicosapentaenóico (EPA), dos ácidos grasos poliinsaturados esenciales, poseen un amplio espectro de acción que podría contribuir a mantener el buen estado de salud en las personas mayores. En la aterosclerosis, el DHA y el EPA parecen reducir la reacción inflamatoria causada por los depósitos (placas) en la pared vascular arterial. Adicionalmente, estos ácidos grasos del tipo omega-3 contribuyen a la estabilidad de la placa, evitando su ruptura, la cual puede ocasionar el bloqueo del vaso sanguíneo por un trombo (37). Varios ensayos clínicos aleatorizados han demostrado que estos ácidos grasos podrían atenuar los síntomas de la artritis reumatoide, una enfermedad inflamatoria crónica que afecta a las articulaciones (38, 39).
El DHA y el EPA también parecen ser importantes para el mantenimiento de la función cerebral y las capacidades intelectuales (40, 41). Ya que el contenido de DHA en el cerebro disminuye con la edad, el consumo selectivo de este ácido graso podría prevenir el deterioro de la capacidad intelectual que conduce a la enfermedad de Alzheimer (42). El adecuado consumo de DPA y EPA también parece contribuir sustancialmente a prevenir la degeneración macular asociada a la edad y con ello a prevenir la pérdida de la visión (43).