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  • 2011

Micronutrientes y sistema nervioso

Publicado

1 agosto 2011

Junto con los macronutrientes como hidratos de carbono, grasas y proteínas, los micronutri-entes son de importancia central en todas las funciones metabólicas, incluyendo el metabolismo del cerebro y de los nervios.

Las vitaminas, los carotenoides, los ácidos grasos esenciales y los minerales y oligoelementos juegan un papel decisivo especialmente durante el desarrollo del sistema nervioso al inicio de la vida y durante el proceso de envejecimiento. Disponer de suficientes micronutrientes es una premisa esencial e irrenunciable para que el sistema nervioso funcione correctamente y las personas se encuentren en buen estado psíquico.

Sistema nervioso y funciones de los micronutrientes

El sistema nervioso está constituido por el cerebro y la médula espinal (sistema nervioso central, SNC) por un lado y por el sistema nervioso periférico, que abarca todos los nervios procedentes del sistema nervioso central, por el otro. El sistema nervioso forma una red compuesta por varios miles de millones de células, las neuronas, que pueden estar unidas entre sí por apéndices (axonemas y dendritas). Las células motoras reciben las señales de mando del cerebro y transmiten estas “órdenes” al órgano meta, el músculo, mientras que las células nerviosas sensoriales reciben estímulos procedentes del entorno (olor, sabor) y los transmiten al cerebro y la médula espinal. Doce pares craneales que parten de la base del cerebro y se dirigen a los músculos y los órganos sensoriales en la cabeza (p. ej., ojos, oídos, nariz y boca) forman parte del sistema nervioso periférico, que se divide a su vez en dos grupos: el sistema nervioso voluntario (también llamado motórico o somático), que regula todos los movimientos musculares voluntarios, y el sistema nervioso involuntario (también denominado vegetativo o autónomo), que regula, por medio de los nervios y las hormonas, distintas actividades corporales en las que la voluntad no participa, como son la presión sanguínea, la respiración, la regeneración de las células, los latidos del corazón, la digestión, la temperatura corporal o el metabolismo. Los centros de control del sistema nervioso vegetativo se encuentran en los centros nerviosos que se extienden a lo largo de la columna vertebral, el intestino, la médula espinal y el cerebro. Allí es donde se encuentran almacenados los conocimientos necesarios para un funcionamiento perfecto del cuerpo. De hecho, son tres los sistemas nerviosos que forman el núcleo del sistema nervioso vegetativo y que a menudo se le equiparan: el sistema nervioso simpático, el parasimpático y el entérico. Simplificando, se puede decir que los sistemas simpático y parasimpático son antitéticos: Mientras que el primero tiene una función activadora general (lucha y huida), el sistema parasimpático se centra en tranquilizar y regenerar el cuerpo. La mayor parte de los órganos internos (p. ej., el corazón, el sistema digestivo o el ojo) cuelgan así de dos cuerdas: por un lado el cuerpo pisa el acelerador, por el otro tira del freno. El sistema nervioso entérico es un sistema nervioso “autónomo”, pues, a diferencia de los sistemas simpático y parasimpático, no está unido al sistema nervioso central. Los nervios de este sistema desempeñan varias funciones, tales como coordinar los movimientos del intestino, regular el sistema inmunológico y regular la ingesta de líquidos y sólidos.

Especialmente las vitaminas del grupo B juegan un papel decisivo en la correcta función de los procesos en los nervios y el cerebro. La vitamina B1 es necesaria para poner energía (glucosa) a disposición de las neuronas y afecta al conducto de estímulos nerviosos (1). La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA por sus siglas en inglés) ha confirmado recientemente la necesidad de que los bebés y los niños de hasta tres años tomen suficiente vitamina B1 para garantizar una función y desarrollo neurológico normales. La vitamina B6 es imprescindible para el metabolismo de los aminoácidos y con ello también para la síntesis de los neurotransmisores dopamina, GABA y, especialmente, serotonina. Además, es necesaria para poner energía a disposición de las neuronas: solo con vitamina B6 se puede sintetizar suficiente glucosa procedente de proteínas e hidratos de carbono. Asimismo, la vitamina B6 contribuye a la formación de las grasas que envuelven las fibras nerviosas (axones) en forma de vainas de mielina. La vitamina B12 juega también un papel importante en la síntesis de las vainas de mielina y toma parte en la síntesis de ADN y con ello, en la división celular. La concentración de vitamina B12 influye sobre la eficacia del ácido fólico (vitamina B9), muy importante para el metabolismo de los componentes de la mielina y de los neurotransmisores. Al ácido fólico, al igual que a los ácidos grasos omega 3, se le atribuye una gran importancia en el desarrollo del sistema nervioso al principio de la vida.

Los minerales influyen también en los procesos del sistema nervioso: el calcio y el magnesio pueden modular la transmisión de la excitación de los nervios. El cinc y el selenio, oligoelementos con acción antioxidante, seguramente pueden reducir los efectos perniciosos sobre los nervios. Además, parece ser que la eficacia del neurotransmisor GABA depende también del cinc (1).



Disminución del riesgo de enfermedad El ictus cerebral, la demencia, la esclerosis múltiple, la enfermedad de Parkinson y la epilepsia son algunas de las enfermedades del sistema nervioso. Según un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS), estas graves enfermedades, que son la causa de aproximadamente un 12% de las muertes a nivel mundial, están aumentando especialmente en los países industrializados occidentales y suponen un gran reto para los sistemas sanitarios (2). Los accidentes, el abuso del alcohol o la diabetes mellitus también pueden provocar daños en los nervios que conllevan un mal funcionamiento de los órganos o incluso un cese de su actividad. La prevención es decisiva para luchar contra el aumento de enfermedades neurológicas y lesiones de nervios, cuyo riesgo se puede reducir ingiriendo suficientes micronutrientes.

Esclerosis múltiple

La esclerosis múltiple es una enfermedad inflamatoria crónica y autoinmune del sistema nervioso central que afecta más a menudo a mujeres que a hombres y que por ahora es incurable. En la esclerosis múltiple, el sistema inmunológico ataca la mielina, sustancia del tejido adiposo que produce el propio cuerpo y que sirve para aislar las células nerviosas y para transmitir señales. Se desconocen las causas de esta enfermedad autoinmune. Algunos indicios epidemiológicos apuntan a causas genéticas y medioambientales, como fumar, el virus de Epstein-Barr o la latitud geográfica, pues es más infrecuente cerca del Ecuador y su apariencia va aumentando a medida que se avanza hacia el norte o hacia el sur (3, 4). Además, parece ser que cuantas más horas de sol tiene una temporada estacional, menos casos se dan de esclerosis múltiple (5, 6). Una explicación posible sería el efecto protector derivado de una mayor formación de vitamina D debida a una mayor radiación solar (5, 7–9). Se ha observado una relación entre la cantidad de vitamina D obtenida por medio de la exposición al sol y a través de la dieta (aceite de hígado de bacalao) en la infancia y la primera juventud por un lado, y el momento en el que aparecen los primeros síntomas de esclerosis múltiple por el otro. Esta relación indica que la vitamina D podría ser un modulador del desarrollo de la enfermedad (10).

En otros estudios se encontraron niveles de vitamina D demasiado bajos en sangre. Además, algunos resultados de investigaciones sobre el tratamiento de pacientes con esclerosis múltiple indican que un complemento dietético de vitamina D podría mejorar sus síntomas; para confirmarlo se necesitan realizar más estudios (11). Por otro lado, hay trabajos que contienen indicios de que la vitamina D protege contra la esclerosis múltiple: los resultados de un estudio muestran que las mujeres que toman diariamente más de 400 UI de vitamina D tienen un riesgo un 40% inferior de contraer esclerosis múltiple que las mujeres que no lo toman (12). Otro estudio realizado con siete millones de integrantes del ejército de los EE. UU. mostró que el riesgo de padecer esclerosis múltiple disminuye cuando aumenta la cantidad de 25-hidroxivitamina D (13) en sangre. Trabajos de visión de conjunto para dilucidar si una cantidad insuficiente de vitamina D en la sangre supone un riesgo de contraer esclerosis múltiple confirmaron estos resultados (11, 14).

Por medio de exámenes inmunológicos realizados a pacientes de esclerosis múltiple se constató que la vitamina D tiene, entre otros, una gran influencia sobre las células T reguladoras, que pueden controlar las denominadas células T colaboradoras en el sistema inmunológico. Se cree que las células T con información falsa, en lugar de desempeñar su tarea propia (luchar contra los gérmenes en el organismo), actúan de forma agresiva contra la mielina del propio cuerpo (3, 11).

También el estrés oxidativo, que puede dañar la mielina, parece jugar un papel muy importante en el origen de la esclerosis múltiple. Los investigadores indican que una ingesta suficiente de antioxidantes en la dieta es un importante factor preventivo (15,16). Dejando de lado la vitamina D, el papel que juegan los micronutrientes en la prevención y el tratamiento de la esclerosis múltiple apenas han sido investigados. Existen primeros indicios de que los ácidos grasos omega 3 podrían desempeñar una función protectora contra la esclerosis múltiple (17). Otros estudios muestran que los pacientes con esclerosis múltiple tienen niveles bajos de vitamina E y elevados de homocisteína en suero (18).

Enfermedad de Parkinson

El síndrome de Parkinson es una de las enfermedades más habituales del sistema nervioso central. En todo el mundo están afectados más de cinco millones de personas, con una tendencia al alza (19). Al igual que en muchas otras enfermedades neurológicas, las inflamaciones juegan un papel importante en la patogénesis. El gran número de formas en las que se puede presentar el Parkinson dificultan el tratamiento de esta enfermedad degenerativa e incurable a día de hoy. Así pues, las medidas preventivas son de necesidad imperiosa para mantenerse sano. Un estudio finés realizado a largo plazo con 3.173 hombres y mujeres de edades comprendidas entre los 50 y los 79 años mostró indicios de que niveles elevados de vitamina D en la sangre disminuyen el riesgo de desarrollar la enfermedad de Parkinson en una tasa superior al 60% (20). Se cree que la vitamina D y su gen receptor son factores genéticos y medioambientales para enfermedades neurológicas como la enfermedad de Parkinson (21). Además, algunos resultados de estudios muestran que pacientes que padecen Parkinson presentan valores bajos de vitamina D en la sangre en una etapa temprana de la enfermedad (22).

Las vitaminas del grupo B se encuentran también en el foco de las investigaciones relacionadas con el Parkinson: los resultados de un estudio de casos y controles japonés relacionan niveles bajos de vitamina B6 en la sangre con un mayor riesgo de contraer esta enfermedad (23). Por otro lado, investigadores brasileños terminaron su estudio recomendando el suministro de ácido fólico a pacientes con Parkinson para disminuir así los niveles de homocisteína provocados por la Levodopa, medicación clásica contra el Parkinson (24).

Demencia y depresión

Según el estudio “World Alzheimer Report 2010”, actualmente existen aproxima-damente 36 millones de enfermos dementes en el mundo. Los gastos originados por los cuidados y las terapias ascienden a más de 600 mil millones de dólares. El número de enfermos aumentará a 65,7 millones hasta 2030 y a 115,4 hasta 2050. El motivo principal es el aumento de la población mayor de 65 años a nivel mundial. Hasta ahora, unos dos tercios de los casos mundiales de demencia se daban en los países industriales occidentales, pero la cantidad de enfermos en los países en desarrollo aumenta constantemente. Se conocen solo pocos factores que provocan esta enfermedad de gran carga social. Debido a que actualmente no se puede curar, la investigación se basa principalmente en su prevención.

Bajo demencia se entienden alteraciones neurocognitivas con un gran número de subtipos, como por ejemplo la demencia de Alzheimer, que es la forma más habitual, o la demencia vascular. Una característica importante de las demencias es la pérdida de neuronas y sus puntos de contactos (sinapsis) en regiones concretas del cerebro. En el caso de la demencia de Alzheimer, se cree que el estrés oxidativo podría desempeñar un papel muy importante en su origen (25).

La alimentación es un determinante decisivo para el rendimiento mental de las personas. Especialmente durante el proceso de envejecimiento, los nutrientes pueden evitar o retrasar en parte el deterioro de las capacidades cognitivas. Ahora mismo se está debatiendo sobre la vitamina D como un micronutriente muy prometedor, debido a sus cualidades neuroprotectoras y a su influencia sobre los nervios (26). Por un lado, de distintos estudios (entre ellos un estudio transversal con ancianos afroamericanos) se desprenden correlaciones entre la pérdida de densidad ósea, acompañada de un nivel muy bajo de 25-hidroxi-vitamina D, y una disminución de la capacidad cognitiva (27). Por el otro lado, los investigadores buscaron directa-mente repuestas a si una ingesta adecuada de vitamina D disminuye el riesgo de padecer demencia: En un estudio italiano realizado con 69 hombres y mujeres de entre 70 y 89 que vivían de forma independiente se demostró que las personas con niveles bajos de vitamina D presentaban un rendimiento muy inferior de la capacidad cognitiva (28). El resultado de un gran estudio francés con más de 5.500 mujeres ancianas muestra también que la poca ingesta de vitamina D en la dieta comporta un rendimiento cognitivo menor (29). En otro estudio realizado con 1.766 hombres y mujeres ingleses mayores de 65 años, los investigadores llegaron a la conclusión de que habían encontrado nuevos indicios para presumir que niveles bajos de 25-OHD en el suero sanguíneo tienen una relación con la disminución cognitiva entre la población mayor. Así pues, el nivel en suero de 25-OHDpodría jugar un papel importante para activar factores que influyen sobre los nervios (30). Hasta qué punto complementar la dieta con vitamina D constituye un camino efectivo y seguro para reducir los casos de disminución de las capacidades cognitivas de personas mayores es algo que debe ser dilucidado en estudios complementarios.

Se cree que los depósitos de placas (beta-amiloide) en el cerebro guardan una relación con el aumento de los daños y muerte de células debidas al estrés oxidativo, que puede conllevar la pérdida de funciones cognitivas y aumentar el riesgo de padecer demencia de Alzheimer. Los resultados de un estudio realizado con 5.395 personas mayores de 55 años muestran que aquellos que ingerían un promedio de 18,5 mili-gramos de vitamina E al día tenían un riesgo un 25 % menor de padecer demencia en comparación con aquellas personas que ingerían diariamente un promedio de 9 miligramos de vitamina E a través de su dieta (31). Los investigadores llegaron así a la conclusión de que la vitamina E, como potente antioxidante soluble en grasa, podía ayudar a evitar padecer demencia.

Otros estudios han mostrado que la vitamina B12 podría retrasar el inicio de una demencia (1). Existen incluso indicios de que modificaciones en las concentraciones de vitamina B12 en la sangre podrían ser indicativos de un mayor riesgo de padecer demencia incluso antes de que esta se origine. Una ingesta adecuada puede mejorar las capacidades lingüísticas y cognitivas de las personas mayores que, por el contrario, se ven alteradas en adultos con solo valores límite de vitamina B12 en sangre. En el estudio denominado “Rancho Bernardo Studie”, científicos americanos descubrieron que un buen abastecimiento del ácido graso omega 3 ácido docosahexaenoico (DHA) de cadena larga aparentemente puede proteger contra la demencia (32).

En estudios sobre cómo influyen los micronutrientes en la depresión se encontraron indicios de que la ingesta específica de vitaminas del grupo B puede mejorar el estado de ánimo de personas mayores ligeramente depresivas (33). Se pudo mostrar el mismo efecto con vitamina C, cuya mayor concentración (en comparación con otros órganos) se encuentra en las terminaciones nerviosas (34). También los ácidos grasos omega 3 no saturados de cadena larga podrían ayudar, según un estudio italiano, a reducir los síntomas depresivos en personas mayores (35).

Funciones nerviosas sensoriales y dolor

Un gran número de estudios ha mostrado que para un funcionamiento normal de la visión es necesario tomar una cantidad adecuada de micronutrientes antioxidantes como la vitamina C o los carotinoides (betacarotenoluteínalicopeno) (véase también: Micronutrientes para envejecer de forma saludable). La degeneración macular asociada a la edad es la mayor causa de ceguera en los países industrializados occidentales. El pigmento macular está compuesto por luteína y zeaxantina. Asimismo, en las células nerviosas de la retina se encuentran muchos ácidos grasos omega 3. En algunos estudios, una ingesta de este micronutriente tuvo efectos positivos para mantener una buena visión en la vejez (36, 37). Parece ser que los ácidos grasos omega 3 y el ácido fólico son importantes para el funcionamiento del nervio auditivo (38 – 40).

En cuanto a la percepción del dolor, en varios estudios (especialmente en cuanto al síndrome premenstrual se refiere) se demostró que se puede obtener una disminución del dolor tomando distintas vitaminas del grupo B por separado o una combinación de éstas (41).

BIBLIOGRAFÍA

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