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Los micronutrientes y el sistema inmune

Publicado

1 febrero 2014

La función del sistema inmunitario es proteger el organismo de influencias dañinas externas como pueden ser, por ejemplo, los microorganismos. Las respuestas inmunitarias dan lugar a inflamaciones que sirven para eliminar cuerpos extraños o células anómalas. Si el sistema inmunitario no reacciona debidamente, pueden aparecer efectos no deseados como una mayor propensión a las infecciones, en el caso de una respuesta insuficiente, o bien alergias, inmunodeficiencias e inflamaciones crónicas, en el caso de una respuesta exagerada. Para cumplir sus diferentes funciones de protección y señalización, el sistema inmunitario necesita disponer de una cantidad suficiente de micronutrientes. Una deficiencia de los mismos afecta básicamente al sistema inmune inespecífico (innato) y al específico (adaptativo).

El estado físico y psíquico de una persona influye enormemente en la actividad del sistema inmunitario. La presencia de enfermedades (inflamatorias) crónicas o someter a menudo el cuerpo a esfuerzos (ya sea por el trabajo o por la práctica de deportes de alto rendimiento) puede producir un aumento permanente de la actividad del sistema inmunitario y, consecuentemente, una mayor demanda de micronutrientes. Los más importantes son las vitaminas, los oligoelementos y los ácidos grasos omega-3, ya que intervienen en la síntesis de componentes del sistema inmune (entre otros, inmuno- globulinas, citoquinas y enzimas) y, gracias a sus propiedades antioxidantes o antiinflamatorias, contribuyen al funcionamiento óptimo o regulan los procesos inmunitarios de las células. Para ello, los nutrientes interac- cionan en los diferentes procesos del sistema inmunitario y se complementan entre sí.

Vitaminas antioxidantes

Como antioxidante liposoluble, la vitamina E es capaz de proteger los lípidos de los componentes de las membranas celulares contra el ataque de los radicales libres (por ejemplo, especies altamente reactivas de oxígeno) que se producen en el organismo debido a reacciones inmunológicas y a la influencia de factores ambientales. Los resultados experimentales sugieren que la vitamina E también puede estimular directa- mente el sistema inmunitario (1), actúando principalmente sobre los mastocitos, que pertenecen a los glóbulos blancos (leucocitos), (2) y desempeñando un papel importante en la cicatrización de heridas, en la defensa contra agentes patógenos y en las alergias. Los mastocitos se activan por la oxidación de las lipoproteínas derivada de la acción de mensajeros químicos proinflamatorios (citoquinas). Las células liberan mensajeros químicos que promueven procesos alérgicos inflamatorios. Se cree que la vitamina E afecta estos procesos en varios niveles. Por un lado, la vitamina E puede restringir la oxidación de las lipoproteínas gracias a su acción antioxidante y, por lo tanto, evitar la producción excesiva y la activación de los masto- citos. De este modo, es capaz de contrarrestar reacciones alérgicas debidas a una respuesta exacerbada del sistema inmune. Por otro lado, la vitamina E disminuye la producción de las citoquinas proinflamatorias que secretan los macrófagos (fagocitos) y sus células progenitoras (monocitos) (3). Además, la vitamina E parece actuar directamente sobre las células T (linfocitos colaboradores), por lo que podría mitigar la inflamación (4).

También la vitamina C antioxidante puede estimular el sistema inmunitario y atenuar la gravedad de las reacciones alérgicas (5). Su efecto sobre el sistema inmunitario ha sido investigado sólo parcialmente. Como antioxidante soluble en agua puede prevenir los daños oxidativos provocados en el interior de las células inmunitarias por las especies reactivas de oxígeno que se liberan al activarse la respuesta inmune (6). El contenido de vitamina C en las células inmunitarias disminuye como consecuencia de las infecciones. La vitamina C parece actuar directamente sobre los componentes celulares (células inmunes) y humorales (proteínas plasmáticas como, por ejemplo, los anticuerpos) del sistema inmunitario (7). Por lo tanto, es capaz de promover la actividad de los glóbulos blancos (leucocitos, linfocitos, células T) y de los macrófagos, alargar su función y estimular la liberación de interferón, un mensajero químico involucrado en la defensa contra los virus. Por otra parte, la vitamina C acelera la degradación de la histamina en la sangre, una sustancia que actúa como mensajero químico en las respuestas inflamatorias y que interviene en el desar- rollo de los síntomas del resfriado (2). Si bien el consumo de vitamina C en general no parece proteger contra los resfriados, varios estudios han aportado evidencia de que sí puede reducir la duración y la gravedad de las infecciones en el tracto respiratorio superior (8). Especialmente las personas que realizan temporalmente trabajos físicos pesados o están expuestas a temperaturas bajas, podría prevenir los resfriados mediante la ingesta regular de vitamina C. El consumo diario de 200 mg de esta vitamina podría aliviar los síntomas de las enfermedades respiratorias agudas en personas de edad avanzada (9).

El efecto del betacaroteno en el sistema inmune se basa principalmente en sus propiedades como anti- oxidante liposoluble. Durante los procesos inflamatorios se producen grandes cantidades de especies reactivas de oxígeno para neutralizar los agentes patógenos. En combinación con otros antioxidantes, el betacaroteno puede ayudar a regular los procesos oxidativos para, por un lado, combatir los agentes infecciosos y, por otro, evitar que haya un exceso de radicales libres que dañen las células inmunes (10).
Un tema que todavía no está claro y requiere más investigación es de qué manera el betacaroteno y otros carotenoides pueden contribuir a reforzar la respuesta inmune celular y humoral (11). De acuerdo con un estudio aleatorizado controlado realizado con mujeres postmenopáusicas, la ingesta diaria de una combi- nación de betacaroteno, luteína y licopeno, o de uno solo de estos carotenoides, puede ayudar a proteger contra el deterioro del material genético (ADN) de los linfocitos (12).

Vitamina A

La vitamina A (retinol) es importante para el desarrollo y la protección de la piel y las mucosas, las cuales forman la primera barrera de defensa frente a la entrada de agentes patógenos. Asimismo es relevante para el funcionamiento del sistema inmunitario adaptativo (13). El ácido retinoico es necesario para la actividad de varias células inmunes, por ejemplo para la división, el crecimiento y la diferenciación de las células T (14,15). La vitamina A también desempeña un papel clave en el movimiento de células T hacia el tejido, en la respuesta de los anticuerpos dependientes de células T (16) y en la maduración de los linfocitos (17). La deficiencia de vitamina A se ha asociado con un debilitamiento de las defensas contra la infección por pató- genos (18) y con una mayor susceptibilidad a infecciones de las vías respiratorias (19). Los estudios de- muestran además que el consumo de vitamina A puede aminorar los procesos inflamatorios, por ejemplo, en la zona de los bronquios y de los pulmones (20).

Vitaminas B

También las vitaminas B2B6B12 y el acido fólico (vitamina B9) parecen ser capaces de estimular la fun- ción de las células inmunes, como los linfocitos T y B o los macrófagos (21). La deficiencia de vitamina B2, por ejemplo, disminuye la capacidad de los macrófagos de unirse a los microorganismos (22). La vitamina B6 interviene en la formación de anticuerpos y en la respuesta inmune celular (23, 24) y ha demostrado ser útil en el tratamiento de enfermedades respiratorias inflamatorias (25). En niños con déficit de vitamina B12 y en sus madres se han detectado daños en el ADN de los leucocitos mononucleares. Estos daños se pudie- ron reparar mediante la administración de inyecciones de vitamina B12 (26).

La deficiencia de ácido fólico también puede debilitar el sistema inmunitario (27), por ejemplo, disminuyendo la formación de anticuerpos o de nuevas células inmunes. (28). Por otra parte, el ácido fólico regula la con- centración del aminoácido homocisteína que, en grandes cantidades, provoca daños en las células. En paci- entes con enfermedades autoinmunes crónicas, como la artritis reumatoide o la psoriasis, a menudo se observa un nivel alto de homocisteína (29), y en pacientes con enfermedades crónicas de la piel se recomi- enda un tratamiento con ácido fólico.

Vitamina D

La vitamina D modula la función del sistema inmune innato y adaptativo y puede contrarrestar las respu- estas infecciosas e inflamatorias especialmente exacerbadas (2). Muchas células del sistema inmune están provistas de receptores de vitamina D (31) y parecen necesitarla para desarrollarse y realizar sus funciones (30) . Esta vitamina aumenta la actividad de los macrófagos y monocitos que el cuerpo utiliza para defend- erse contra los microorganismos. También parece tener un papel decisivo en el control de infecciones al aumentar la concentración sanguínea de proteínas antimicrobianas producidas por el organismo (por ejem- plo, las alfa y beta-defensinas). Además, la vitamina D activa enzimas en los linfocitos T y B.

Los estudios epidemiológicos han puesto de manifiesto una asociación entre unos niveles bajos de vitamina D en la sangre y un mayor riesgo de sufrir diversas enfermedades autoinmunes como la esclerosis múltiple (32) o la diabetes mellitus tipo 1 (33). En estudios epidemiológicos y clínicos se ha demostrado que un nivel bajo de vitamina D está relacionado con un riesgo hasta un 40 % mayor de desarrollar infecciones respi- ratorias (34,35) o gripe (36). Un estudio aleatorizado controlado con pacientes inmunodeprimidos ha most- rado que la administración diaria de 4000 UI de vitamina D3 durante un año disminuyó la incidencia de in- fecciones respiratorias recurrentes (37).

Ácidos grasos omega-3

Las defensas del sistema inmune también dependen de un aporte suficiente de los ácidos grasos omega-3 ácido eicosapentanoico (EPA) y ácido docosahexanoico (DHA), que participan en la regulación de las in- flamaciones (38). Mientras que los ácidos grasos omega-3 constituyen la materia prima para la producción de sustancias antiinflamatorias similares a las hormonas (eicosanoides), los ácidos grasos omega-6 (princi- palmente el ácido araquidónico) se utilizan para la síntesis de eicosanoides proinflamatorios. Si el cuerpo obtiene cantidades suficientes de ácido eicosapentanoico, disminuye la concentración de ácido araquidónico y, por tanto, la cantidad de eicosanoides proinflamatorios (39,40). Como consecuencia, se reduce la formación de citoquinas proinflamatorias y la producción de especies reactivas de oxígeno que pueden dañar las células inmunes cuando están presentes en altas concentraciones. Las citoquinas proinflamatorias, entre las que se encuentran los interferones, la interleucina 1 (IL-1) y el factor de necrosis tumoral (TNF), son componentes importantes del sistema inmune; en concentraciones elevadas, sin embargo, pueden dar lugar a una respuesta inflamatoria excesiva y anómala. Los estudios aleatorizados controlados han revelado efectos beneficiosos del consumo de ácidos grasos omega-3 en forma de aceite de pescado en pacientes con artritis reumatoide: la hinchazón baja, el dolor se aplaca, la rigidez matutina disminuye y son necesarias menos cantidades de medicamentos (antiinflamatorios no esteroideos) (41,42).

Oligoelementos

El efecto del hierro en el sistema inmunitario depende principalmente de la concentración de éste en la sangre. La falta de hierro se ha asociado con varias alteraciones reversibles del sistema inmune (43) tales como los procesos proinflamatorios (44). En un estudio de intervención con niños anémicos, la administra- ción de hierro se relacionó con un menor número de infecciones (43). Por otra parte, el sistema inmune intenta quitar a los microbios el hierro que necesitan para vivir con el fin de combatir los patógenos (45). En cualquier caso, se recomienda evitar el consumo prolongado de altas dosis de hierro.

El zinc influye en el sistema inmunitario de varias maneras. Por un lado, su acción antioxidante protege las células inmunes de los daños oxidativos ocasionados por las especies reactivas de oxígeno. Esta función tiene un efecto más duradero en combinación con la vitamina C (46). Además, el zinc estimula el crecimi- ento, la maduración y la actividad de numerosas células inmunes, como los linfocitos B y T y las células asesinas naturales (47,48), y actúa como molécula de señalización para las células inmunes (49). La defi- ciencia de zinc puede reducir mucho la actividad de las células inmunes y la producción de anticuerpos. Especialmente en personas de edad avanzada, incluso una ligera deficiencia de zinc puede aumentar la propensión a las infecciones por virus y las enfermedades alérgicas (50). Varios estudios han demostrado que la suplementación de zinc podría compensar esta carencia, disminuir la propensión a enfermedades y reforzar el sistema inmune. Otro estudio ha sugerido que los suplementos de zinc en niños puede reducir en un 15 % la incidencia de infecciones agudas del tracto respiratorio inferior (51). Según las conclusiones de un metaanálisis, el zinc puede reducir los síntomas, la gravedad y la duración del resfriado cuando se sumi- nistra por vía oral en un plazo de 24 horas tras la aparición de los primeros síntomas (52).

El selenio actúa por una parte, como un antioxidante protegiendo contra las especies reactivas de oxígeno que se forman durante los procesos inmunológicos y que pueden dañar las células inmunes en altas con- centraciones; por otra, desempeña un papel fundamental en la regulación del sistema inmunitario y de los procesos inflamatorios (53). Como constituyente de las selenoproteínas, el selenio regula la transmisión de señales y la función de las células inmunes; por ejemplo, la activación de las células asesinas naturales y la formación de mensajeros químicos (citoquinas). La deficiencia de selenio puede contribuir a aumentar la propensión a infecciones bacterianas, a enfermedades víricas como la gripe (54) y a un mayor riesgo de complicaciones derivadas de las infecciones (55).

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