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  • 2013

Los micronutrientes en la prevención de la demencia

Publicado

1 noviembre 2013

Además del deterioro normal asociado a la edad de las funciones cerebrales, conforme vamos envejeciendo aumenta también el riesgo de que se produzca una disminución de la capacidad mental e intelectual. Uno de los rasgos típicos de este tipo de enfermedades, las llamadas demencias y sus numerosas formas, es un deterioro de la memoria, la capacidad intelectual, el lenguaje y las habilidades prácticas. Todos estos cambios tiene como consecuencia que las personas afectadas no puedan realizar sus actividades diarias. Las formas más comunes son la demencia de Alzheimer, en la que se acumulan proteínas dañinas (placas) en las células nerviosas del cerebro, y la demencia vascular, que se caracteriza por un estrechamiento de los vasos sanguíneos del cerebro debido a la aterosclerosis. Dado que actualmente no existe ninguna cura para la demencia, la detección temprana y la prevención tienen una enorme importancia. Aparte de realizar ejercicio físico y ejercitar la actividad mental regularmente, seguir una dieta equilibrada rica en micronutrientes puede contribuir especialmente a prevenir la aparición de demencia y a contrarrestar el avance de la enfermedad.

En la prevención de las demencias, el consumo de ciertos alimentos no es tan importante como la ingesta regular de una combinación equilibrada de nutrientes, algunos de los cuales parecen tener un papel fundamental. Las investigaciones han proporcionado evidencia de que el consumo excesivo de ácidos grasos saturados de origen animal puede aumentar el riesgo de desarrollar demencia, mientras que los ácidos grasos poliinsaturados podrían tener un efecto protector. Un aporte adecuado de vitaminas B favorece la función de las células nerviosas del cerebro y ayuda a prevenir la formación de productos metabólicos dañinos. Uno de estos productos son los radicales de oxígeno agresivos, que parecen intervenir en la aparición de daños nerviosos y que podrían ser neutralizados por medio de micronutrientes antioxidantes. Muchos de los componentes de una alimentación neuroprotectora se encuentran, por ejemplo, en la dieta mediter- ránea que, por su alto contenido en frutas, verduras y pescado, aporta una gran cantidad de vitaminas, fotoquímicos, minerales, oligoelementos y ácidos grasos omega-3.

Ácidos grasos omega-3

El cerebro humano está compuesto en un 60% por ácidos grasos, de los cuales el ácido graso omega-3, ácido docosahexanoico (DHA), representa la mayor parte (entre un 20 y un 30%). En las células del cerebro y de la médula espinal (sistema nervioso central), el DHA se incorpora principalmente en los fos- folípidos de las membranas plasmáticas y las membranas de los orgánulos celulares (por ejemplo, las mitocondrias). El DHA abunda especialmente en los fosfolípidos de las terminaciones nerviosas de la materia gris cerebral, donde interviene de manera decisiva en el desarrollo, el mantenimiento y la función del sistema nervioso central. Los resultados de numerosos estudios experimentales, epidemiológicos y clínicos indican que el tipo de ácidos grasos (omega-3 u omega-6) presentes en los fosfolípidos dependen en gran medida de la composición de ácidos grasos de la alimentación (1). Por consiguiente, un consumo elevado de DHA produce un aumento de la cantidad de DHA en las membranas plasmáticas mediante la sustitución del ácido graso omega-6, ácido araquidónico, y por tanto, aumenta la movilidad interna de la membrana (flui- dez). Esto, a su vez, afecta la actividad de las proteínas unidas a la membrana –como los receptores, las enzimas, las proteínas de transporte y los canales iónicos–, la disponibilidad de los neurotransmisores, la permeabilidad de la membrana y las interacciones entre células (2). Al ser un componente esencial de la vaina de mielina que recubre los axones de las neuronas, el DHA también es necesario para el aislamiento eléctrico de las vías neuronales. El DHA contribuye a trasmitir la información correcta (impulsos nerviosos) propiciando el aprendizaje, la memoria y la capacidad cognitiva (3).

Los estudios clínicos han demostrado que las personas mayores que consumen una dosis de DHA superior a la media presentan unas funciones cognitivas mejores que las de aquellas con un consumo menor (4). En un ensayo aleatorizado controlado, la administración de aceite de pescado (2,2 gramos al día) con DHA y EPA (ácido eicosapentanoico) en personas mayores sin demencia mejoró significativamente funciones cere- brales (ejecutivas) como la flexibilidad, la memoria de trabajo y la planificación (5). El deterioro de estas capacidades cerebrales forma parte de la fase preclínica de la enfermedad de Alzheimer (6). Por otra parte, un aumento de la ingesta de ácidos grasos omega-3 parece tener un efecto positivo a largo plazo en la est- ructura y el volumen de ciertas áreas del cerebro ricas en neuronas (la corteza cerebral junto con la materia “blanca” y “gris“) que son responsables tanto del control de los músculos y los órganos sensoriales, como de la memoria y los procesos de aprendizaje (5). Los resultados de los estudios observacionales sugieren que el consumo de pescados grasos y de los ácidos grasos que estos contienen (especialmente de DHA) podría contribuir a prevenir el desarrollo de una atrofia progresiva de la corteza cerebral y a disminuir el riesgo de padecer la enfermedad de Alzheimer (7, 8). A pesar de los alentadores resultados mencionados, los estudios clínicos no han podido ofrecer hasta ahora ninguna evidencia de un efecto protector del DHA y EPA en la progresión de la demencia de Alzheimer en pacientes que se encuentran en un estadio relativamente tem- prano de la enfermedad (9, 10).

Las causas exactas de este tipo de demencia aún no están claras. En los pacientes se observa una acumula- ción anormal de una proteína particular (proteína Tau) que destruye las células nerviosas y los depósitos externos de un complejo proteína-polisacárido (betaamiloide). Se cree que el DHA podría contrarrestar la formación de placas de betaamiloide evitando directa e indirectamente la transformación del precursor del betaamiloide (proteína precursora del betaamiloide, APP) en el producto neurotóxico final (11). Además, estudios experimentales recientes han aportado pruebas de que una molécula mediadora lipídica específica (resolvina D1), la cual se sintetiza en el organismo a partir del DHA, puede potenciar la actividad de las células del sistema inmunitario (macrófagos) que disuelven las placas de betaamiloide existentes en las células nerviosas (12).

Aparte de los efectos positivos en las células y las funciones del sistema nervioso central, los ácidos grasos omega-3 también se asocian con beneficios para la salud cardiovascular (13, 14). En estudios epidemiológi- cos y clínicos se han demostrado los siguientes efectos para el EPA y el DHA: una mejora de la plasticidad y un aumento de la flexibilidad de los glóbulos rojos (eritrocitos) gracias a la incorporación de los ácidos gras- os omega-3 en la pared celular y, por lo tanto, un mejor flujo sanguíneo. Asimismo, una disminución de la presión arterial por el ensanchamiento de los vasos sanguíneos ( vasodilatación) al influir en la capa interna de los mismos (endotelio). También se les atribuyen efectos que previenen el desarrollo de la aterosclerosis y la trombosis: un descenso de los niveles de triglicéridos y colesterol LDL en la sangre, la inhibición de la coagulación de la sangre y una acción antiinflamatoria. La promoción de la salud cardiovascular y del flujo sanguíneo en general aumenta la capacidad del cerebro y reduce el riesgo de demencia vascular, en la que se producen cambios celulares ateroscleróticos que van destruyendo paulatinamente las células nerviosas de la corteza cerebral (15, 16). Estudios experimentales recientes señalan que la disfunción de los vasos sang- uíneos, en combinación con un aumento de la producción de especies reactivas de oxígeno en las mitocon- drias, también podrían favorecer el desarrollo de la enfermedad de Alzheimer (17).

 


Micronutrientes antioxidantes

El cerebro es muy sensible al daño oxidativo causado por los radicales libres de oxígeno. El elevado con- sumo de oxígeno por parte del cerebro (un 20% del consumo total) y la baja concentración de enzimas antioxidantes en comparación con otros tejidos incrementan el riesgo de aparición de estrés oxidativo. Los estudios experimentales sugieren cada vez con mayor fuerza que la acumulación de radicales en los lípidos de la membrana, las proteínas y el ADN ocasionan daños que pueden conducir al deterioro de las células nerviosas del cerebro y a que se produzcan cambios vasculares ateroscleróticos, contribuyendo así a largo plazo al desarrollo de enfermedades neurodegenerativas como la demencia (18). El aumento de la produc- ción de radicales libres en el cerebro también podría estar desencadenada por el péptido betaamiloide característico de la demencia de Alzheimer, por oligoelementos como el hierro, el cobre y el zinc, así como por un aumento de los niveles de homocisteína. Se cree que el cerebro reacciona de manera más sensible al daño oxidativo asociado con la edad, debido por ejemplo al declive de los mecanismos de defensa anti- oxidante, y que la producción de energía se reduce como resultado de una disfunción mitocondrial (19). Por consiguiente, la reducción del estrés oxidativo y la protección de las mitocondrias podrían ser un objetivo importante en la prevención y el tratamiento de la demencia. Esta relación se ha investigado especialmente en el caso de la demencia de Alzheimer (20).

Además de las enzimas antioxidantes producidas por el cuerpo, los micronutrientes de acción antioxidante suministrados a través de los alimentos también podrían ayudar a reducir el estrés oxidativo en el cerebro. La mayoría de los estudios realizados en pacientes de Alzheimer muestran que estos tienen unos niveles bajos de vitamina C y vitamina E (21). Se cree que el consumo de estas vitaminas aumenta debido al mayor estrés oxidativo provocado por la enfermedad. Las vitaminas E y A liposolubles, como el beta- caroteno, podrían proteger las membranas fosfolipídicas de las células nerviosas frente al daño oxidativo que parece estar asociado con el desarrollo de la demencia de Alzheimer (22). La vitamina E, en particular, es capaz de interrumpir las reacciones en cadena de los radicales en las membranas fosfolipídicas (oxidación lipídica). La vitamina C hidrosoluble podría prevenir la formación de radicales y los daños que estos pro- ducen en componentes del interior acuoso de las células. Los estudios clínicos sugieren que la administración combinada de vitamina C y vitamina E durante al menos tres años está asociada con una reducción de la incidencia relativa y la primera aparición de la demencia de Alzheimer (23). Existen pruebas de que la vita- mina A, el betacaroteno, la vitamina E y la vitamina C pueden prevenir la formación de los depósitos de betaamiloide que dañan las células nerviosas (24). Considerando los posibles efectos vasculoprotectores de los micronutrientes antioxidantes, estos también podrían contribuir a la prevención de la demencia vascular, como demuestran los estudios llevados a cabo con las vitaminas E y C (25). Del mismo modo, los oligo- elementoszinc y selenio tienen un papel importante en el metabolismo del cerebro. El zinc es relevante como cofactor para las enzimas antioxidantes (oxidorreductasas), aumenta la formación de un factor de crecimiento de las células nerviosas (factor neurotrópico derivado del cerebro) y actúa como cofactor de los receptores neuronales (26). La función más conocida es la del selenio como componente de la enzima glut- atión peroxidasa, de especial importancia en la defensa antioxidante (concretamente de la oxidación lipídica) (27). Los estudios sobre la relación del zinc o el selenio con el desarrollo de la demencia son muy limitados y contradictorios. Un estudio de cohortes a gran escala ha demostrado que las personas con unos niveles bajos de selenio en la sangre presentan un mayor riesgo de deterioro cognitivo (28).



Vitamina D

Entre las muchas funciones de la vitamina D, esta parece afectar el sistema nervioso central. Se han des- cubierto receptores de vitamina D en varias áreas claves del cerebro con una gran abundancia de neuronas (29). Por otra parte, se ha demostrado que hay enzimas en el cerebro que estimulan la síntesis local de cal- citriol (la forma activa de la vitamina D3). De acuerdo con los estudios experimentales, debido a sus múlti- ples mecanismos de acción, esta vitamina podría tener un efecto antiinflamatorio y protector de los vasos sanguíneos y las células nerviosas, contrarrestando el desarrollo de la demencia (30).

Los estudios epidemiológicos indican que una deficiencia de vitamina D puede constituir un factor de riesgo para la pérdida de lasfunciones cognitivas y la aparición de demencia (31, 32). En un estudio observacional prospectivo realizado durante un periodo superior a 30 años con más de 10 000 participantes, se demostró que aquellos sujetos que desarrollaron durante este tiempo una demencia de Alzheimer o vascular, tenían unos niveles deficientes de vitamina D en la sangre (33). Asimismo, ciertas características genéticas, que se manifiestan en una disminución de la actividad de los receptores de vitamina D, parecen contribuir a un aumento del riesgo de padecer una demencia de Alzheimer (34).

Un metaanálisis reveló que en los estudios observacionales y de intervención, los pacientes de Alzheimer presentan unos niveles bajos de vitamina D (35). Existen además indicios de que en los pacientes de Alz- heimer la vitamina D podría ayudar a las células del sistema inmunitario (macrófagos) a eliminar los depósitos (placas de betaamiloide) propios de esta enfermedad (36).

Para prevenir la demencia, los científicos recomiendan unos niveles mínimos de vitamina D en sangre de 30 ng/mL, los cuales se pueden alcanzar mediante una exposición suficiente a la luz solar, un aporte adecuado de esta vitamina a través de la dieta o el consumo de suplementos con al menos 800 UI de vitamina D al día (35). En un estudio clínico se demostró que un aumento de los niveles de vitamina D puede influir positiva- mente en las capacidades mentales que controlan el pensamiento y la acción (37). En la fase preclínica de la enfermedad de Alzheimer se observa a menudo un deterioro de estas funciones ejecutivas.



Vitaminas B

Casi el 50% de todas las personas de edad avanzada aparentemente sanas presentan unos niveles sang- uíneos altos de homocisteína, un aminoácido que se forma a partir del metabolismo de la proteína. Los resultados experimentales ponen de manifiesto que una concentración alta de homocisteína en la sangre destruye las células de la sangre que recubren el interior de los vasos sanguíneos (endotelio), favorece la formación de trombosis y puede aumentar el nivel de colesterol LDL, factores todos ellos que propician el desarrollo de aterosclerosis y enfermedades cardiovasculares (38). Estudios recientes indican efectos per- judiciales para las células del cerebro (39). Asimismo, se ha demostrado que los pacientes con demencia vascular y enfermedad de Alzheimer a menudo tienen unos valores altos de homocisteína, lo que supone un factor de riesgo para la demencia (40). Varios estudios han informado de que la administración selectiva de ácido fólicovitamina B6 y vitamina B12 reduce los niveles de homocisteína y, por lo tanto, el riesgo de sufrir problemas circulatorios en el cerebro (41). En estudios tanto epidemiológicos como clínicos se he demostrado que unos niveles bajos de homocisteína y un suministro adecuado de vitaminas B6, B9 y B12 están asociados con un menor riesgo de desarrollar demencia de Alzheimer, y que una suplementación con vitaminas del complejo B puede ayudar a disminuir los valores de homocisteína y el riesgo de padecer la enfermedad de Alzheimer y sus primeros síntomas (42-44). De acuerdo con un estudio observacional, unos niveles altos de homocisteína son un factor de riesgo que puede predecir la aparición de la enfermedad de Alzheimer al menos 7 años antes de que se manifiesten los primeros síntomas clínicos. Además, el aumento del nivel de vitamina B12 redujo significativamente el riesgo de desarrollar Alzheimer (45).


Dietas especiales

Numerosos estudios se dedican desde hace tiempo a investigar en qué medida un determinado tipo de dieta pueda ayudar a prevenir la parición de demencia. Los resultados de los estudios en este campo han sido contradictorios. En el caso de combinaciones complejas de alimentos o mezclas de nutrientes, resulta espe- cialmente difícil identificar las posibles propiedades protectoras de las sustancias activas individuales.

El consumo regular de té negro o té verde, como es costumbre en muchos países de Asia, se ha rela- cionado en diversos estudios epidemiológicos con la prevención del deterioro de las capacidades mentales y el desarrollo de demencia (46, 47). Ciertos ingredientes del té (como las catequinas o la L-teanina) pueden tener un efecto protector de las células (48). Los ingredientes que han sido objeto de más estudios son las catequinas (especialmente la epigalocatequina-3-galato, EGCG), las cuales, como polifenoles del té verde de acción antioxidante, podrían frenar el deterioro cognitivo reduciendo el estrés oxidativo (49).

También una dieta mediterránea a base de frutas y verduras, cereales, pan, patatas, frutos secos, pollo, pescado y aceite de oliva, junto con un consumo moderado de alcohol (vino), podría contribuir a prevenir la demencia. Numerosos estudios epidemiológicos sugieren que con la dieta mediterránea ocurren menos casos de deterioro cognitivo leve, así como de demencia vascular y enfermedad de Alzheimer, que con otros tipos de dietas en las que predomina el consumo de carnes rojas y productos lácteos (50).

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