Vitamina C y E
La aterosclerosis es una enfermedad inflamatoria crónica de los vasos sanguíneos. Ya durante la fase inicial se produce la adhesión de ciertas células circulantes del sistema inmune (por ejemplo, los monocitos) a la pared interna de los vasos sanguíneos (endotelio). A medida que la enfermedad avanza, las células inmuni-tarias penetran en las capas de los vasos sanguíneos y se cargan de lípidos (como el colesterol LDL), dando lugar a células espumosas que se depositan y acumulan formando placas. Esto provoca a menudo desgarros en los vasos sanguíneos y una respuesta inflamatoria en el cuerpo que estimula la formación y liberación de proteínas proinflamatorias, como la citoquina interleucina-1 (IL-1) y el factor de necrosis tumoral TNF-alpha (1). El proceso inflamatorio en el interior de las paredes de los vasos sanguíneos se detecta por el aumento de la concentración de ciertos marcadores moleculares (proteína C reactiva, PCR) que se liberan sobre todo cuando existe daño celular. Unos niveles altos de PCR en sangre, que no se atribuyan a otras enfermedades inflamatorias, indican el riesgo de una enfermedad vascular (2). Los depósitos /o inflamaciones en los vasos sanguíneos pueden obstruir el flujo de la sangre y dificultar el riego a las arterias cerebrales o coronarias con el consiguiente riesgo de infarto de miocardio o accidente cerebrovascular. En la formación y la persistencia de procesos inflamatorios crónicos que pueden dañar a largo plazo los vasos sanguíneos y otros tejidos, el estrés oxidativo desempeña un papel importante, ya que una concent-ración elevada de radicales de oxígeno (especies reactivas de oxígeno) promueve la activación de varias enzimasinflamatorias. Por lo tanto, las sustancias que inducen una respuesta inmune pueden, por ejemplo, desprender los radicales de oxígeno de la membrana de las células del sistema inmunitario, lo cual, a su vez, activa enzimas (como la fosfolipasa A2) que liberan el ácido graso poliinsaturado, ácido araquidónico, en la membrana celular (3). Otras enzimas también activadas convierten el ácido araquidónico en media-dores químicos proinflamatorios (eicosanoides). Al interactuar con los radicales libres de oxígeno, los micro-nutrientes antioxidantes son capaces de atrapar y neutralizar estos evitando así la formación de la inflama-ción. Como antioxidante liposoluble presente en las membranas de las células, la vitamina E puede ser de espe-cial utilidad en la inhibición de la inflamación. De las diferentes formas de vitamina E, el alfa-tocoferol es la única que se puede detectar en mayores cantidades en el plasma y en los tejidos, mientras que las demás formas son metabolizadas muy rápidamente (4). La vitamina E no parece impedir por sí misma la formación de radicales o la oxidación inicial de los ácidos grasos en las membranas celulares, pero sí detiene la reacción en cadena provocada por la peroxidación lipídica que daña las membranas (5). Los estudios han mostrado que los niveles sanguíneos de vitamina E (alfa-tocoferol) son significativamente más bajos en los pacientes con enfermedades reumáticas inflamatorias que en las personas sanas (6). Asimismo se ha demostrado que las personas con unos niveles plasmáticos bajos de vitamina E son mucho más propensas a padecer enfermedades reumáticas que aquellas con un aporte adecuado de esta vitamina. En un ensayo aleatorizado controlado llevado a cabo con pacientes que sufrían de artritis reumatoide, la administración de 600 mg de vitamina E dos veces al día tuvo como resultado una disminución significativa del dolor, si bien no se vieron afectados otros indicadores de inflamación (7). Mientras que los estudios de población han coinci-dido en sugerir que un suministro adecuado de vitamina E puede prevenir la aparición de enfermedades cardiovasculares asociadas con la aterosclerosis, los estudios con suplementos de vitamina E han producido resultados, en parte, contradictorios: algunos fueron positivos (8-11), otros no pusieron de manifiesto ningún efecto (12) y algunos informaron incluso de posibles efectos negativos (13, 14). Los meta-análisis han demostrado que la ingesta de dosis de 400 o 800 UI no conlleva efectos adversos para la salud (15). La ingesta diaria recomendada de vitamina E es actualmente de 15 mg (22UI) de alfa-tocoferol (16), una cantidad que, sin embargo, no alcanzan el 96 % de las mujeres y el 93 % de los hombres norteamericanos (17). La ingesta dietética media de vitamina E en los Estados Unidos es de tan sólo 6 mg de alfa-tocoferol (18). En resumen, los resultados de los estudios indican que los suplementos dietéticos de vitamina E pueden ayudar a prevenir enfermedades inflamatorias, especialmente en aquellos casos en los que las personas presentan una protección antioxidante deficitaria (5) o han estado sometidas durante mucho tiempo (en parte debido a factores genéticos) a un alto grado de estrés oxidativo (19). La vitamina C (ácido ascórbico) hidrosoluble actúa como captador de radicales libres tanto en el interior como en el exterior de las células. Neutraliza los posibles radicales libres de oxígeno antes de que la per-oxidación lipídica en el plasma y las partículas de LDL dañen las membranas y causen inflamación y, por tanto, puedan propiciar el desarrollo de afecciones crónicas, como enfermedades cardiovasculares y neuro-degenerativas o diabetes (20). La vitamina C también es capaz de regenerar la vitamina E usada como antioxidante. Los estudios de suplementación con vitamina C han mostrado que el aumento de la ingesta puede causar una disminución de los niveles plasmáticos de la proteína C reactiva (PCR), un marcador de la inflamación crónica y un factor de riesgo independiente de enfermedades cardiovasculares (21). Los pacientes con enfermedad arterial periférica oclusiva presentan unas concentraciones séricas de vitamina C significativamente más bajas y unos niveles más altos de PCR en comparación con los sujetos sanos (22). En un ensayo aleatorizado controlado, se pudo demostrar que la administración de vitamina C y E a pacientes con hipertensión esencial mejoraba la rigidez de las arterias (23). Otra de las evidencias de los efectos antiinflamatorios de la vitamina C son los resultados positivos en la prevención del asma en adultos (24) y niños (25) y en el tratamiento de pacientes con artritis reumatoide (26). Al contrario que muchos estudios observacionales sobre la ingesta alimentaria de vitamina (27-30), la mayoría de los estudios sobre la prevención de enfermedades cardiovasculares con suplementos dietéticos de vitamina C no mostraron efectos concluyentes. Como posible causa de ello, se baraja el hecho de que los participantes ya tuvieran un suministro suficiente a través de la alimentación al principio de dichos estudios (31). Es de esperar que el aporte adicional de vitamina C no potencie el efecto positivo en estos sujetos. Por esta razón, es aconsejable que en el futuro se dé preferencia en los estudios a aquellos individuos que presenten unos niveles insufici-entes de vitamina C en plasma. Varias encuestas internacionales sobre nutrición indican que una parte importante de la población general no consume las cantidades recomendadas de vitamina C (32-34) o tiene unos niveles insuficientes en sangre (35-37). Para algunos expertos, la ingesta diaria de al menos 200 mg (para adultos) representa la dosis óptima de vitamina C, una cantidad que satura casi completamente los tejidos y el plasma, procurando de este modo los máximos beneficios para la salud (38). También han aportado pruebas de una asociación entre el estrés oxidativo, la inflamación, las enfermedades cardiovasculares y los procesos neurodegenerativos los estudios realizados con la apolipoproteína E, la cual interviene en el metabolismo de los componentes de las lipoproteínas ricas en triglicéridos. Las mutaciones del gen ApoE pueden predisponer genéticamente a un aumento de los niveles de triglicéridos y colesterol en la sangre (39). Aproximadamente un 25% de la población es portadora de una variante genética específica (y de la apolipoproteína E4, ApoE4), que se ha asociado en los estudios con una menor longevidad y un mayor riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares (40) y neurodegenerativas (como, por ejemplo, el Alzheimer) (41). La tasa de supervivencia se redujo aún más en los casos de portadores de ApoE4 fuma-dores. Esto se explica por el estado oxidativo de los portadores de ApoE4: la apolipoproteína E4 es un antioxidante menos eficaz que otras variantes de proteínas (por ejemplo, ApoE2 y E3), y los portadores de ApoE4 presentan más estrés oxidativo y más inflamaciones. Se cree que esta pueda ser la causa principal de la mayor incidencia de enfermedades cardiovasculares. En un estudio a pequeña escala, se demostró que los niveles en sangre de marcadores de inflamación en personas fumadoras portadoras de ApoE4 dis-minuyen mediante la administración de vitamina C (60 mg/día) (42), una prueba más de que los micronut-rientes antioxidantes pueden contribuir a prevenir las inflamaciones crónicas causantes de la aterosclerosis.
Vitamina D
Las investigaciones que se están llevando a cabo actualmente aportan cada vez más evidencias del papel importante de la vitamina D en las respuestas inmunitarias y la inflamación. Las funciones específicas de la vitamina D que influyen en los elementos del sistema inmune innato y adquirido (como las células T y B y los macrófagos) podrían ser la explicación de que en algunos estudios epidemiológicos se haya observado una relación entre una ingesta adecuada de esta vitamina y una menor incidencia de muchas enfermedades inflamatorias crónicas (43). El receptor de la vitamina D está presente en varios tipos de células vasculares, donde podría inhibir la inflamación a través de distintos mecanismos y ayudar a prevenir la aterosclerosis y sus consecuencias (44). En comparación con la población general, los pacientes con artritis reumatoide (AR) presentan con mayor frecuencia una deficiencia de vitamina D (45). Además, un aumento de la ingesta de vitamina D se ha relacionado con un menor riesgo de AR (46). En un estudio clínico, la suplementación con vitamina D3 en pacientes con AR resultó en una reducción de dolor y un descenso significativo de los niveles del marcador inflamatorio (proteína C reactiva, PCR) en la sangre (47). En pacientes con enfermedad infla-matoria intestinal crónica, que por lo general muestran unos niveles bajos de vitamina D, la ingesta diaria de 1200 UI de vitamina D3 consiguió disminuir considerablemente la tasa de recurrencia después de un año (48). Asimismo, la suplementación diaria con 2000 UI de vitamina D3 durante el primer año de vida ayudó a prevenir el desarrollo de diabLeer másetes tipo 1 (49). Por otra parte, la deficiencia de vitamina D aumenta el riesgo de padecer esclerosis múltiple (EM) (50), mientras que su administración contribuye a disminuir la tasa de recaídas en este tipo de pacientes (51). También se está investigando la acción preventiva de la vitamina D en enfermedades inflamatorias crónicas de la piel (como la psoriasis), los eccemas y la cicatrización de heridas (52).
Dado que la vitamina D sólo se encuentra en cantidades apreciables en un número relativamente escaso de alimentos (como las carnes grasas, el hígado y la yema de huevo) y que la capacidad de la piel de sinteti-zarla a menudo es insuficiente en las latitudes septentrionales y durante los meses de invierno, la mayoría de las personas están expuestas al riesgo de sufrir una deficiencia. Mientras que para el mantenimiento de la salud ósea se recomiendan unos niveles séricos de 25(OH)D3 de al menos 30 ng/ml (75 nmol/L), todavía no existen indicaciones claras sobre cuáles son los valores óptimos para lograr un efecto inmunomodulador y antiinflamatorio de esta vitamina. Los estudios indican que son necesarios unos niveles mínimos de vitamina D de 20 ng/ml (50 nmol/L) para que las células inmunitarias puedan desencadenar determinadas respuestas inmunes innatas. A partir de unos valores de 24 ng/ml (60 nmol/L), el incremento gradual de 10 ng/ml pro-dujo una disminución del 25% en la concentración de un marcador tumoral (53), y aumentando los niveles de vitamina en 20 ng/ml pudo reducirse el riesgo de padecer EM en un 41% (50).
Carotenoides
Entre los componentes nutricionales que afectan favorablemente la función inmunitaria y la inflamación, cabe mencionar también los fotoquímicos, que se encuentran principalmente en las frutas y las verduras. Existen numerosos estudios sobre los efectos sobre el sistema inmune y los efectos antiinflamatorios de los caro-tenoides, especialmente del betacaroteno. Varios de estos estudios han asociado unos niveles altos de betacaroteno en sangre con una disminución de los parámetros de inflamación (por ejemplo, la proteína C reactiva, PCR) y de los leucocitos (54-57). En el efecto antiinflamatorio parece estar implicada una proteína que liga los carotenoides (58). Los pacientes con artritis reumatoide presentaron entre 2 y 15 años antes del diagnóstico unos niveles sanguíneos de betacaroteno significativamente más bajos que los sujetos de control sanos (59).
En un estudio de casos y controles, las participantes con las concentraciones más altas de licopeno en plasma mostraron un riesgo hasta un 50% menor de desarrollar una enfermedad cardiovascular (60). Asimismo, se demostró que los niveles de licopeno de los pacientes con asma son considerablemente más bajos (61). Un estudio clínico reveló que el consumo de frutas y verduras ricas en carotenoides reducía de manera significativa los niveles sanguíneos de PCR de los participantes y, por lo tanto, prevenía los procesos inflamatorios (62). Un elemento importante para lograr este efecto antiinflamatorio fue el consumo diario de una cantidad adecuada de frutas y hortalizas: los participantes que no consumieron más de dos porciones de frutas y hortalizas al día mostraron un aumento significativo de la concentración de PCR. En cambio, los sujetos que consumieron diariamente ocho porciones de frutas y verduras presentaron unos valores bast-ante más bajos de PCR. En otro ensayo aleatorizado controlado, la ingesta de carotenoides a través de zumo de zanahoria y de tomate (aproximadamente 5,7 mg de licopeno y 1 mg de betacaroteno al día) pro-dujo una reducción significativa de los factores antiinflamatorios (63).
Ácidos grasos esenciales
Los ácidos grasos poliinsaturados pueden, en teoría, frenar la aparición de inflamaciones crónicas por medio de diversos mecanismos. Además de influir en los procesos de señalización intracelular y en la expresión de varios genes, son precursores de inmunomoduladores. En lo que se refiere a estos últimos, el ácido ara-quidónico (AA) de la familia de ácidos grasos omega-6 tiene un papel fundamental, ya que es la materia prima para la síntesis de eicosanoides proinflamatorios mediante la acción de determinadas enzimas: la ciclooxigenasa (COX) y la lipoxigenasa (LOX). Una mayor ingesta de los ácidos grasos omega-3, ácido eicosapentanoico (EPA) y ácido docosahexanoico (DHA), hace que estos se incorporen en mayor cantidad a las membranas de las células inflamatorias (en lugar del AA) (64) y, por lo tanto, que se produzcan menos eicosanoides proinflamatorios. Es posible también que el EPA y el DHA se utilicen para la síntesis de sustancias antiinflamatorias (65).
Numerosos estudios epidemiológicos y de casos han aportado pruebas de que el aumento del consumo de pescado y de ácidos grasos omega-3 puede reducir el riesgo de mortalidad por enfermedades cardio-vasculares (66-68). Se ha demostrado que el EPA y el DHA contribuyen a disminuir varios factores de riesgo de este tipo de enfermedades. Sin embargo, aún no está claro en qué medida su efecto protector se debe a la influencia positiva en los procesos inflamatorios y en la prevención de la aterosclerosis. Los resultados deestudios aleatorizados controlados con aceite de pescado sugieren que la ingesta diaria media de 3,5 gramos de ácidos grasos omega-3 en pacientes con artritis reumatoide puede ayudar a aliviar los síntomas (dolor y rigidez) y a reducir el uso de fármacos antirreumáticos (como inhibidores de la COX) (69-71). Los datos epidemiológicos indican que un consumo elevado de ácidos grasos omega-6 y un consumo bajo de omega-3 pueden aumentar el riesgo de desarrollar asma y alergias (64). Mientras que un metaanálisis de estudios aleatorizados controlados llegó a la conclusión de que la eficacia de los ácidos grasos omega-3 aún no se ha demostrado de manera inequívoca en el tratamiento de adultos y niños asmáticos (72), otros estudios sí han puesto de manifiesto éxitos en ciertos grupos de pacientes o mediante el consumo de dosis más altas de aceite de pescado (73). Asimismo, una serie de estudios clínicos con pacientes que sufrían de enfermedad inflamatoria crónica intestinal, mostraron una mejoría de los parámetros de inflamación y de los síntomas, así como una reducción de la cantidad de medicamentos utilizados, como los corticosteroides (64, 69).
La obesidad y otras complicaciones asociadas (por ejemplo, la dislipidemia, la resistencia a la insulina y enfermedades derivadas como la diabetes tipo 2, el infarto de miocardio y los accidentes cerebrovasculares) se han convertido un tema central de nutrición en los países industrializados. El tejido adiposo no sólo alma-cena el exceso de energía, sino que también produce muchas sustancias de señalización del sistema inmune y proteínas proinflamatorias (74). Cuando hay un exceso de alimentación, las citoquinas proinflamatorias, los radicales libres de oxígeno y los ácidos grasos saturados aumentan la inflamación local en el tejido adiposo. Si las citoquinas son liberadas al torrente sanguíneo, pueden desencadenar procesos inflamatorios en otros órganos como el hígado o los músculos. A la larga se desarrolla una resistencia a la insulina que puede derivar en diabetes tipo 2 y aterosclerosis. Como posibles factores de protección se barajan entre otros los ácidos grasos omega-3, que han demostrado tener una acción antiinflamatoria en los experimentos in vitro, siendo su efecto más notorio la pérdida de peso (20).
Otros micronutrientes
Con más de 6500 estructuras diferentes, los flavonoides pertenecen al grupo de los fitoquímicos. Se hallan predominantemente en las hojas y capas exteriores de las plantas. Los resultados de estudios epidemio-lógicos señalan que un aumento de la ingesta de flavonoides podría estar asociado con un menor riesgo de desarrollar diversas enfermedades crónicas. Al mismo tiempo, existen estudios in vitro y con animales que ponen de manifiesto los efectos fisiológicos de los flavonoides (por lo general, en dosis muy altas) (75, 76). Su acción antiinflamatoria se atribuye a sus propiedades antioxidantes e inmunomoduladoras. Los flavon-oides pueden actuar como antioxidantes en sistemas celulares tanto hidrófilos como lipófilos. Los estudios in vitro muestran un claro efecto protector de los flavonoides antes de que se produzca una oxidación lipídica que pueda dañar las membranas y dar lugar a una aterosclerosis. Además, los flavonoides parecen inhibir directamente la producción de citoquinas proinflamatorias (factor de necrosis tumoral alfa e interlecuina-6) y otros mediadores de las respuestas inflamatorias, así como la sensación de dolor. Los estudios en humanos acerca del efecto de los flavonoides son escasos, habiéndose centrado la mayoría en el aumento del con-sumo de alimentos ricos en flavonoides, pero no en sustancias específicas (77, 78).
El Zinc es capaz de favorecer el sistema de defensa antioxidante del organismo de diferentes maneras. Por un lado, puede unirse a las proteínas y hacer que éstas sean menos vulnerables a los procesos oxidativos (79). Por otro, puede reducir la formación de radicales libres de oxígeno secuestrando los iones reactivos de hierro y cobre de las proteínas y los lípidos. El zinc aumenta además la actividad de la enzima catalasa y actúa como cofactor de la superóxido dismutasa de cobre y zinc, dos enzimas muy importantes del sistema de defensa antioxidante. Los estudios clínicos han aportado pruebas de que unos niveles plasmáticos bajos de zinc en sujetos de edad avanzada están asociados con un aumento de las concentraciones de los marca-dores de estrés oxidativo y de citoquinas proinflamatorias, algo que se puede corregir mediante una suple-mentación con zinc (80).
El selenio desempeña un papel importante en la defensa antioxidante celular, especialmente como consti-tuyente de las selenoproteínas. La deficiencia de selenio puede dar lugar a un aumento del estrés oxidativo y, por tanto, afectar negativamente la activación, la diferenciación y el crecimiento de las células. En mode-los animales, la administración dirigida de selenio produjo un aumento de la producción de selenoproteínas y una disminución de los parámetros de inflamación en la sangre (81). El selenio también parece afectar la expresión génica inhibiendo la formación de moléculas proinflamatorias (factor de necrosis tumoral alfa e interleucina-6). Son necesarios estudios clínicos para investigar con más profundidad la eficacia de la ad-ministración de selenio en la prevención y el tratamiento de las enfermedades inflamatorias crónicas y en-fermedades (auto)inmunes (82).